Martes, 9 de Abril de 2024

Matrimonio y moral. Bertrand Russell:

 

La curiosidad, la adquisición de conocimientos deben mirarse, a mi juicio, como una rama del amor al poder.

La adquisición de conocimientos es uno de los factores más valiosos de la naturaleza humana. Resulta que toda una esfera muy importante de la actividad está, si nuestro criterio es acertado, exenta de la dominación del sexo.

En todos los políticos las dos fuerzas principales, para el bien y para el mal, son el motivo económico y el amor al poder. El deseo de entender el mundo y el de reformarlo son los dos grandes motores del progreso, sin los que la sociedad humana permanecería estacionaria o retrocedería.

Si todos fuésemos enteramente felices no haríamos lo posible por serlo todavía más.

Mientras haya muerte habrá tristeza y mientras haya tristeza no puede estar en el deber de nadie aumentar su cuantía, so pretexto de que algunos raros espíritus saben transmutarla.

Sea cualquiera la ética sexual que por último prevalezca ha de estar libre de superstición y ha de tener en su favor motivos cognoscibles y demostrables. Puede dispensarse de tener una ética basada solamente en prohibiciones antiguas, establecidas por gente ineducada en sociedades totalmente distintas de la nuestra.

Si en la niñez se contraría el instinto en lugar de educarlo, el resultado puede ser que durante toda la vida haya que seguir contrariándolo.

La vida ha de ser congruente. Ha de haber un esfuerzo continuo dirigido a ciertos fines que no son de inmediato provechosos ni atractivos en todo momento.

El dominio de uno mismo es como el uso de los frenos en un tren. Son útiles cuando resulta que se ha tomado una mala dirección. Pero perjudiciales si la dirección es buena.

Compete a la educación guiar al instinto por caminos que desenvuelvan las actividades útiles y no las perjudiciales.

El amor entre el hombre y la mujer por su seriedad y profundidad, abarca la personalidad entera de ambos y produce una fusión de la que cada uno salga enriquecido y fortalecido.

Cosa importante es que se tenga de los niños el cuidado bastante, físico y psicológico.

La vida agradable no puede fundarse en el temor, las prohibiciones y la mutua coerción de la libertad.

Dado el sistema actual de la familia, el deber de ambos cónyuges consiste, en cuanto hay hijos, en hacer cuanto puedan para conservarse en buena armonía, aunque para ello tengan que dominarse mucho.

Es indudable que las disputas graves entre los padres son causa muy frecuente de desórdenes nerviosos de los hijos; por tanto, debe hacerse todo lo necesario para impedir las querellas domésticas.

Desde el punto de vista de los hijos, la disolución del matrimonio no es siempre lo peor que puede suceder. De seguro que no es tan deplorable espectáculo como el de las voces destempladas, acusaciones furiosas y tal vez el de los golpes, que muchos niños presencian en hogares infelices.

La libertad sana debe aprenderse desde los años más tiernos, pues en otro caso la única libertad posible sería una libertad frívola y superficial no la libertad que comprende la personalidad entera.

Creo que de cada diez personas educadas en sus primeros años según la doctrina convencional, nueve son en mayor o menor grado incapaces de una actitud decente y sana respecto del matrimonio y del sexo en general.  Para estas gentes son ya imposibles la actitud y la conducta que estimo preferibles. Lo mejor es darles a conocer el daño que han padecido y persuadirles de que se abstengan de mutilar a sus hijos lo mismo que a ellos los mutilaron

A mi entender puede esperarse que con una educación adecuada desde el principio será comparativamente fácil el respeto a la personalidad y la libertad ajenas.

Lo esencial en un buen matrimonio es el respeto de la personalidad de cada cónyuge, combinado con la intimidad profunda, física, mental y espiritual, merced a los cuales un amor serio entre hombre y mujer es la experiencia humana más fructuosa.

El error de la moralidad convencional no consiste en exigir que el individuo se domine, sino en exigirlo en mal lugar.

El amor, en la acepción propia del vocablo, no denota cualquiera ni todas las relaciones entre los sexos, sino tan sólo una, que implica emoción considerable, relación psicológica tanto como física.

En la vida moderna, las tres actividades extrarracionales de más monta son: la religión, la guerra y el amor. Pero el amor no es antirracional, es decir, que un hombre razonable puede razonablemente gozar de su existencia.

La falta de satisfacción sexual se convierte en odio al género humano, bajo el disfraz del espíritu público y de un tipo de moral muy elevado.

 

El amor es mucho más que el deseo sexual: es el medio principal de librarse de la soledad que aflige a casi todos, hombres y mujeres, durante la mayor parte de su vida.  Las más de las personas, en lo profundo de su ser, sienten miedo del mundo insensible y de la crueldad que puede venir de la grey, y sienten ansia de afectos, disimulada por la aspereza, la rusticidad o las maneras arriscadas [atrevidas] en los hombres y por las murmuraciones y los regaños en las mujeres. El amor pasional correspondido, mientras dura, colma ese sentimiento; derriba las fuertes murallas en que el yo está encastillado y produce un ser nuevo, compuesto de dos en uno… el instinto no se satisface por completo a menos que la totalidad del ser, mental y físico, entre en la relación. Los que no han conocido la profunda intimidad y la intensa asociación de un amor correspondido y dichoso, se han perdido lo mejor que puede dar de sí la vida. Así lo entrevén, más o menos conscientemente y la decepción resultante los inclina a la envidia, a la opresión y la crueldad… los hombres y las mujeres que  marran esa experiencia no alcanzan en lo moral toda su talla y no pueden sentir hacia el resto del mundo ese generoso celo, sin el que sus actividades sociales serán casi de seguro dañosas.

 

Si el amor ha de dar todo el bien de que es capaz, debe ser libre, generoso, sin trabas y de todo corazón. La significación pecaminosa que una educación convencional confiere al amor, incluso al amor dentro del matrimonio, obra a menudo subconscientemente en los hombres como en las mujeres y en aquellos cuyas opiniones conscientes son libres como en los que se adhieren a las tradiciones rancias. Varios son los efectos de esta actitud. Muy a menudo hace al hombre brutal, basto y antipático en su modo de amar, puesto que no le lleva a explicarse lo bastante para comprobar los sentimientos de la mujer, ni puede dar el valor adecuado a la aproximación gradual del acto último, gradación esencial para el goce en la mayoría de las mujeres. No perciben que si la mujer deja de experimentar placer, la culpa es del amante. Las mujeres educadas convencionalmente ponen muy a menudo cierto orgullo en la frialdad, en una gran reserva física y en mostrarse reacias a otorgar con facilidad su secreto corporal. Es probable que un amante hábil pueda vencer esas timideces, pero un hombre que las respete y las admite como señales de virtud en la mujer no es verosímil que las venza, de donde resulta que, incluso después de muchos años de matrimonio, las relaciones de marido y mujer sigan siendo constreñidas y más o menos ceremoniosas. En tiempo de nuestros abuelos, el marido no podía pensar en ver desnuda a sus mujeres y la mujer se hubiera horrorizado con sólo pensarlo. Esta actitud es aún mucho más común de lo que se piensa, e incluso entre los que han rebasado ese punto persisten muchas de las restricciones antiguas.

 

Una individualidad guardada en una caja de cristal se marchita, mientras que gastándose libremente en el comercio humano se enriquece. El amor, los hijos y el trabajo, son las grandes fuentes del contacto fertilizador entre el individuo y el resto del mundo. Cronológicamente, el amor suele ser el primero. Además, el amor es esencial para el mejor desenvolvimiento del afecto paternal, puesto que el hijo puede y suele reproducir las características del padre y la madre y si estos no se quieren, cada uno querrá gozar únicamente de sus rasgos propios cuando los vea reproducidos en el hijo y se dolerá de ver reproducidos los del otro.

Debe haber una extensión instintiva y no meramente consciente, del sentimiento egoísta hasta abarcar lo mismo a la persona del otro.

El amor tiene sus ideales propios y su tipo de moral intrínseco. Los oscurecen por igual la doctrina cristiana y la confusa rebelión contra toda moralidad sexual que ha surgido entre grupos muy considerables de la generación más joven.

La relación sexual, aparte del amor, vale poco y debe aún considerarse primariamente como un experimento con vistas al amor.

El amor es una fuerza anárquica que si se la deja libre no respetará los límites puestos por la ley o la costumbre.

El amor es bueno en sí mismo y para los hijos cuando sus padres se aman.

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