Jueves, 2 de Julio de 2020

ANDRÉ GIDE: 

Ante ciertos libros uno se pregunta: ¿quién los leerá? Y ante ciertas personas uno se pregunta: ¿Qué leerán? Y al fin los libros y las personas se encuentran.

Aquel que goza de su felicidad, que se esconda o bien que esconda a los demás su felicidad.

Civilizar a un pueblo no es otra cosa que hacerle sentir nuevas necesidades.

Con buenos pensamientos puede hacerse pésima literatura.

Cree a aquellos que buscan la verdad; duda de los que la han encontrado.

Cuando deje de indignarme, habrá comenzado mi vejez.

Deja de creer e instrúyete.

El secreto de mi felicidad está en no esforzarme por el placer, sino en encontrar el placer en el esfuerzo.

En lo que no se puede tener, es mejor no pensar.

¿En qué se conoce que el fruto está maduro? En esto: que abandona la rama.

Es mejor ser odiado por lo que eres, que ser amado por lo que no eres.

Hay ciertas formas de felicidad que nos matan antes que poderlas compartir.

La juventud solo se tiene una vez, y durante el resto de la vida se echa de menos.

La obra de arte es una exageración.

Las cosas más bellas son las que inspira la locura y escribe la razón.

Mi propia posición en el cielo con relación al Sol no debe impedir que aprecie más la belleza de la aurora.

Muchas veces las palabras que tendríamos que haber dicho no se nos presentan en el espíritu hasta que ya es demasiado tarde.

Ni una palabra asoma a mis labios sin que haya estado primero en mi corazón.

No sería la primera vez que me ocurre tener más razón de lo que al principio creía.

Nuestra alegría es igual que el agua movediza de los ríos que sólo debe su frescor a su constante fugacidad.

Nuestros actos están unidos a nosotros como al fósforo su luz. Nos consumen, verdad es, pero producen nuestro esplendor.

Puedo dudar de la realidad de todo, pero no de la realidad de mi duda.

Sabio es aquel que constantemente se maravilla de nuevo.

Sólo los imbéciles no se contradicen nunca.

Todo está dicho, pero como nadie escucha, hay que repetirlo cada mañana.

 DIARIO:

Los sentimientos auténticos son extremadamente raros, y la mayoría de los seres humanos se contentan con sentimientos convencionales, que se imaginan experimentar realmente, pero que adoptan sin pensar ni un instante en poner en tela de juicio su autenticidad. Creen experimentar el amor, el deseo, la repugnancia o los celos, y viven de acuerdo con el modelo estándar de humanidad que se nos ha presentado desde la infancia. Sensaciones e ideas forman paquetitos de asociaciones más o menos arbitrarias, a las que los nombres que les damos terminan por prestarles una apariencia de realidad. La admirable máxima de La Rochefoucauld: Hay personas que jamás se habrían enamorado si no hubieran oído nunca hablar de amor, es aplicable a muchos otros sentimientos; quizás a todos. Hace falta una mente extraordinariamente perspicaz para advertirlo. Y sería un profundo error creer que los seres menos cultos son los más espontáneos y sinceros. Lo normal, por el contrario, es que sean los menos capaces de crítica, lo que más a la merced están del modelo, los más dispuestos, por debilidad o por pereza, a adoptar sentimientos por convención, y a expresarlos con frases hechas, que les ahorran el esfuerzo de buscar otras más precisas, para deslizarse en ellos adoptando la forma de este caparazón de alquiler.

Los buenos sentimientos son las tres cuartas partes de las veces, sentimientos de confección. El verdadero artista, conscientemente, sólo viste a la medida.

Hay una sinceridad profunda, mucho más difícil de obtener de sí mismo y mucho más rara que la simple verdad. Algunos seres pasan por la vida sin experimentar jamás un sentimiento verdaderamente auténtico; ni saben lo que es una cosa así. Se imaginan amar, odiar, padecer, y hasta su propia muerte es un plagio.

Es con los buenos sentimientos con los que se hace mala literatura.

Sólo me agrada el arte que, surgido de la inquietud, tiende a la serenidad.

El amor por la verdad no es la necesidad de certezas, y es muy imprudente confundir una cosa con otra.

Se ama más la verdad cuanto más se crea en la imposibilidad de alcanzar el absoluto hacia el que, no obstante, esta verdad fragmentaria nos encamina.

X habla de sí mismo con mucha modestia, pero sin parar.

10 de Mayo de 1933, queman 20.000 libros en Opernplatz, cerca del Berlin Opera House. Queman, entre otros. los libros de autores como Thomas Mann, Stefan Zweig, Erich Maria Remarque, Heinrich Mann, Albert Einstein, H.G. Wells, Jack London, Upton Sinclair, Helen Keller, Marcel Proust, Émile Zola, Sigmund Freud, y André Gide.

Actualmente la mafia de los editores y los críticos vendidos, y los lectores alienados, no necesitan quemar a los autores como ellos: los silencian, los descatalogan, y los ignoran.

Donde hayan quemado libros, terminarán quemando seres humanos. Heinrich Heine.

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