Miradas

Por una parte, el que se exhibe experimenta la satisfacción de verse reflejado en la mirada del otro. Es como si el otro fuese un espejo.  El placer estriba en imaginarse pleno, deseable, ufano y orgulloso al ser mirado por los demás, pues la mirada de los otros le devuelve a uno su propia imagen.  Entonces, no se ve completo, con la ventaja de que estas miradas que transcurren en un lugar regulado socialmente no comprometen y tranquilizan (todos sabemos que en muchas ocasiones las miradas pueden inquietar y producir nerviosismo).  Esto, en cambio, es como un juego: ‘yo puede sentirme deseable porque hay muchos que me miran’.  Sin embargo, esta es una ilusión fugaz, pues de alguna manera, aunque el joven se lo crea, en el fondo sabe que él no se corresponde a esa imagen.. En el polo opuesto está el que mira.  Aquí el juego consiste en lo siguiente: el que se exhibe suscita el deseo de mirar en el que mira.  Y el que mira quiere ver algo determinado y proyecta en el otro una imagen deseable, haciendo coincidir engañosamente lo que ve y lo que mira.  ¡Parece un juego complicadísimo!  Lo que pasa es que los chicos y chicas juegan a este juego sin saber que lo están haciendo.  Ya lo dice la sabiduría popular: ‘del mirar hace el desear’.

Para que se produzca este juego de miradas y el placer que conlleva, la vestimenta es esencial.  Sin ropa, otro gallo cantaría.

Son los otros los que le dan este valor.  Por otro lado, la ropa muestra y oculta al mismo tiempo, en un vaivén ambiguo y fetichista.  Es decir, la vestimenta sugiere que hay algo más, que está escondiendo algo.  Al mismo tiempo la ropa focaliza la mirada, la atrae, llama la atención.

Es en la adolescencia y en la juventud cuando el cuerpo se convierte en un objeto de gran preocupación y no pocas angustias. Los adolescentes están muy sensibilizados hacia el cuerpo.  Les inquieta si son guapos o no, si son bajos o altos, si les sale un grano, si tienen poco pecho o poca barba… además del trastocamiento general de su imagen corporal.  ¿Cómo se explica entonces que estos chicos llenos de complejos e inseguridades salgan a exhibirse en lugar de esconderse bajo la cama? De alguna manera, las terrazas se convierten en espectáculos de compensación de estos conflictos, pues les crean la ilusión de que no los tienen.  O sea, que ellos son atractivos y deseables.  Las miradas de los demás paseantes les permiten recuperar la imagen de su cuerpo.  Los adultos, en ocasiones, podemos caer en la tentación de observar con cierta sorna estas conductas juveniles.  Sin embargo, los maduros, hacemos lo mismo a nuestro modo.  Falso es el argumento de los que dicen: ‘yo me arreglo para mí, para verme guapa a mí misma, no para los demás’.  Siempre hay una mirada en la que reflejarnos.  Una mirada concreta o, por el contrario, totalmente indiscriminada como las que se cruzan en la calle, en la oficina, en las cenas, en las piscinas…Nos acarician y acariciamos constantemente con los ojos, desde una distancia prudencial, sin comprometernos.  Los famosos se exhiben desde las revistas del corazón y se saben deseados por una multitud anónima que les sirve de espejo.  Nosotros, con nuestra mirada, los convertimos en seres deseables.  En suma, el juego de mirarse en el deseo el otro es un juego universal.  Un juego que a los jóvenes les sale caro en tiempo y energía, en preparación y entrega.

‘En las palabras se refleja el talento, y en las miradas el alma’. Simone de Beauvoir.

‘Una mirada tuya es un halo de luz para mi alma’. Jordan Cortes.

‘Las palabras están llenas de falsedad o de arte; la mirada es el lenguaje del corazón”.  W. Shakespeare.

‘Los ojos son el punto donde se mezclan alma y cuerpo’. F. Hebbel.

‘Quien no comprende una mirada, tampoco comprenderá una larga explicación’. Proverbio árabe.