¿Es necesaria la disciplina para poner orden en nuestra vida?

Orden y disciplina

Generalmente asociamos el orden con disciplina -entendiendo por disciplina la conformidad, la imitación, la adaptación, la represión, etc., forzar la mente a seguir un determinado rumbo o patrón considerado moral. Pero el orden no tiene nada que ver con tal disciplina. El orden surge de forma natural e inevitable cuando comprendemos todos los desórdenes y conflictos que se producen dentro y fuera de nosotros. Cuando nos damos cuenta de este desorden, cuando contemplamos toda la maldad, el odio, la insistencia en comparar, cuando comprendemos todo esto, entonces surge el orden, que nada tiene que ver, en absoluto, con la disciplina. La virtud no es algo que pueda ser cultivado; si es del pensamiento, de la voluntad, o resultado de la represión, deja de ser virtud. Pero si comprendemos el desorden de la vida, la confusión, la total falta de sentido de nuestra existencia; cuando vemos todo eso con gran claridad -no sólo de manera intelectual y verbal- sin condenar, sin escapar, pero observándolo en la vida, entonces, de ese estado de alerta y de esa observación, de forma natural nace el orden, el cual es virtud. Esta virtud es enteramente distinta de la virtud de la sociedad y de su respetabilidad, de las sanciones de las religiones y su hipocresía. Es enteramente distinta de la disciplina que uno, a su vez, se ha impuesto a sí mismo (65).

Si han mirado el cielo con todo su ser, el mismo acto de mirar tiene su propia disciplina y, por consiguiente, su propia virtud, su propio orden. Entonces la mente alcanza el punto máximo del orden absoluto (72).

El orden es indispensable en nuestra actividad cotidiana; orden en nuestra acción y orden en nuestra relación con los demás. Uno tiene que comprender que la verdadera cualidad del orden es por completo diferente de la cualidad de la disciplina. El orden adviene a través del directo aprender acerca de nosotros mismos -no conforme a algún filósofo o psicólogo. Uno descubre por sí mismo el orden, cuando está libre de todo sentido de compulsión. De que es necesario un determinado esfuerzo para obtener el orden siguiendo un sendero particular. Ese orden llega naturalmente; en ese orden hay virtud. Es orden no de acuerdo con algún patrón de conducta, y no sólo en el mundo exterior (que se ha vuelto tan completamente caótico) sino que es orden interno, orden dentro de nosotros mismos, donde estamos tan confundidos e inseguros, donde falta claridad. Aprender acerca de nosotros mismos, forma parte del orden. Si ustedes siguen a otro, por erudito que sea, no podrán comprenderse a sí mismos (74).

El aprender es diferente del adquirir conocimientos. Aprender implica no sólo observar visualmente, ópticamente, sino también observar sin distorsión alguna, viendo las cosas exactamente como son. Eso requiere la disciplina de quien está aprendiendo, no la terrible disciplina de la ortodoxia, de la tradición, o de seguir ciertas reglas, ciertos preceptos. Es aprender mediante la clara observación, escuchar exactamente y sin distorsionarlo, lo que el otro está diciendo. Aprendiendo qué es el desorden en nosotros mismos, el orden adviene muy naturalmente, de manera fácil, inesperada. Y cuando hay orden, el orden es virtud. No existe otra virtud excepto el orden completo; ese orden en completa moralidad, no alguna moralidad impuesta o prescrita (23).