Capítulo VI. Vivir de instante en instante

Vivir de instante en instante1El mundo es lo que nosotros hacemos de él. Somos el resultado del mundo, y somos el mundo. De manera que la transformación tiene que empezar por nosotros, no por el mundo ni por la legislación externa, los proyectos, etc.

El mero cambio de las circunstancias externas de la izquierda es de muy escasa importancia sin la transformación interior y, como hemos dicho, esta transformación interior no puede ocurrir sin el conocimiento de uno mismo.   El conocimiento propio consiste en conocer el proceso total de uno mismo, las modalidades del propio pensar, sentir y actuar; si uno no se conoce a sí mismo, no hay base para una acción más amplia.

Es obvio que uno debe empezar a comprenderse a sí mismo en todos los propios actos, pensamientos y sentimientos, porque el ‘sí mismo’, la mente, el ‘yo’, es muy complejo y sutil.   Tantas imposiciones han pesado sobre la mente, sobre el ‘yo’, tantas influencias raciales, religiosas, nacionales, sociales y ambientales la han modelado, que el seguir cada huella, el analizar cada rastro, resulta en extremo difícil, y si pasamos por alto una de ellas, si al no analizar adecuadamente omitimos una huella, todo el proceso del análisis se malogra.

Nuestro problema, pues, consiste en analizar el ‘sí mismo’, el ‘yo’, y no tan sólo una parte del ‘yo’ sino todo el campo del pensamiento, que es la respuesta del ‘yo’.

Tenemos que comprender todo el campo de la memoria de la cual surge todo pensamiento, tanto los conscientes como los inconscientes, y todo eso es el ‘yo’, lo oculto a la vez que lo patente, el soñador y lo que él sueña.

Ahora bien, para comprender el ‘yo’ -y sólo eso puede producir una revolución radical, una regeneración- tiene que existir la intención de comprender todo el proceso del ‘yo’.

Para comprender el proceso es preciso que haya intención de comprender lo que es, de seguir todo pensamiento, sentimiento y acción, y el comprender lo que es resulta en extremo difícil, porque lo que es jamás está inmóvil, estático; siempre está en movimiento. Lo que es es lo que nosotros somos, no lo que nos gustaría ser. No es el ideal, porque el ideal es ficticio; es en realidad lo que nosotros hacemos, pensamos y sentimos de instante en instante.

Lo que es es lo que existente, y para comprender lo existente se requiere alerta percepción, una mente muy vigilante y veloz. Pero si empezamos por condenar lo que es, si empezamos por censurarlos o reprimirlo, no comprenderemos su movimiento.   Si quiero comprender a alguien, no puedo condenarlo: tengo que observarlo, que estudiarlo. Tengo que amar la cosa misma que estudio. Si queremos comprender a un niño, debemos amarlo, no condenarlo. Debemos jugar con él, observar sus movimientos, su idiosincrasia, sus modos de conducirse; pero si no hacemos más que condenarlo, reprimirlo o censurarlo, no hay comprensión del niño. De un modo análogo, para comprender lo que es hay que observar lo que uno piensa, siente y hace en todo momento. Eso es lo verdadero. Ninguna otra acción, ningún ideal o acción ideológica es lo real; es un mero anhelo, un deseo ficticio de ser otra cosa de lo que es.

Para comprender lo que es, se requiere un estado de la mente en el que no haya identificación ni condenación, lo cual significa una mente que esté alerta y sin embargo pasiva. En ese estado nos encontramos cuando deseamos realmente comprender algo; cuando hay intensidad en el interés, ese estado mental se produce. Cuando uno está interesado en comprender lo que es, el estado real de la mente, no necesita forzarla, disciplinarla, ni controlarla: hay vigilancia pasiva y atenta. Si yo deseo comprender un cuadro o una persona, tengo que dejar de lado todos mis prejuicios, mis ideas previas, mi educación clásica o de otro tipo, y estudiar el cuadro o la persona, directamente. Tal estado de percepción atenta surge cuando hay interés, intención de comprender.

La siguiente cuestión es saber si la transformación depende del tiempo. La mayoría de nosotros está acostumbrado a pensar que el tiempo es necesario para la transformación: yo soy algo, y para cambiar lo que soy en lo que yo debiera ser se requiere tiempo. Soy codicioso, por lo cual, como resultado, hay confusión, antagonismo, conflicto y dolor; para producir esta transformación, es decir, la no codicia, creemos que el tiempo es necesario.   Es decir se considera que el tiempo es un medio para desarrollar algo más grande, para llegar a ser algo. El problema es éste: uno es violento, codicioso, envidioso, iracundo, vicioso o apasionado. Ahora bien, ¿se necesita el tiempo para transformar lo que es? En primer lugar, ¿por qué queremos cambiar lo que es, o producir una transformación? Porque lo que somos nos desagrada; engendra conflicto, perturbación.   Y no gustándonos ese estado, deseamos algo mejor, algo más noble, más idealista.   Deseamos, pues, la transformación, porque hay dolor, incomodidad, conflicto.   Pero ¿se vence el conflicto con el tiempo? Si decimos que será superado por el tiempo, aún estamos en conflicto. En otros términos, podemos decir que costará veinte días o veinte años liberarse del conflicto, cambiar lo que somos; pero durante ese tiempo estamos todavía en conflicto y por lo tanto, el tiempo no trae transformación.   Cuando empleamos el tiempo como medio de adquirir una cualidad, una virtud o un estado del ser, no hacemos más que aplazar o esquivar lo que es.

Nuestro problema es éste: ¿es posible superar un conflicto, una perturbación, en un periodo de tiempo, ya se trate de días, de años o de vidas?

Para comprender algo, cualquier problema humano o científico, ¿qué es lo importante, qué es lo esencial? Una mente tranquila. Una mente que esté resuelta a comprender.   No una mente que sea exclusiva, que trate de concentrarse, lo cual, una vez más, es un esfuerzo de resistencia.  Si yo deseo realmente comprender algo, de inmediato se produce en mi mente un estado de quietud. Cuando queremos escuchar música o contemplar un cuadro que nos gusta mucho, la mente se queda inmediatamente en calma cuando escuchamos música, la mente no vaga por todas partes, escucha.  De un modo análogo, cuando queremos comprender el conflicto, ya no dependemos ni un momento del tiempo; nos enfrentamos simplemente con lo que es, o sea, con el conflicto. Entonces se produce de inmediato una quietud, una serenidad de la mente. Así pues, cuando ya no dependemos del tiempo como medio de transformar lo que es porque vemos la falsedad de ese proceso, entonces nos enfrentamos con lo que es, y como estamos interesados en comprender lo que es, resulta natural que tengamos la mente tranquila. En ese estado mental alerta y sin embargo pasivo, surge la comprensión. Mientras la mente esté en conflicto, censurando, condenando [pensando], no puede haber comprensión. Si quiero comprenderlos, es evidente que no debo condenarlos. Es pues, esa mente tranquila, esa mente serena, la que produce la transformación. Cuando la mente ya no resiste, ya no elude, ya no descarta ni censura lo que es, sino que se encuentra simplemente perceptiva de un modo pasivo, en esa pasividad de la mente, si investigamos de veras en el problema, hallaremos que se produce la transformación.

Así pues, la transformación no es el resultado del tiempo: es el resultado de una mente silenciosa, de una mente equilibrada, de una mente que está serena, tranquila, pasiva.   La mente no está pasiva cuando busca un resultado, y la mente buscará un resultado mientras anhele transformar, cambiar o modificar lo que es. Pero si la mente tiene simplemente la intención de comprender lo que es y por lo tanto está serena, en esa serenidad encontraremos que surge una comprensión de lo que es y por ello mismo una transformación. Esto lo hacemos, en realidad, cuando nos enfrentamos con algo por lo cual estamos interesados.   Cuando estamos interesados por algo la mente está quieta. No se ha dormido, está en extremo alerta y sensible, y es por lo tanto capaz de recibir insinuaciones, indicaciones, y es esa serenidad, esa alerta pasividad, lo que trae una transformación. Esto no implica el empleo del tiempo como medio de transformación, de modificación o de cambio.

La revolución sólo es posible ahora, no en el futuro; la regeneración es para hoy, no para mañana. Si experimentamos lo visto, encontraremos que habrá una regeneración inmediata, una calidad de cosa nueva, fresca; porque la mente siempre está serena cuando está interesada, cuando desea o tiene la intención de comprender.   La dificultad para la mayoría de nosotros está en que no tenemos la intención de comprender, porque tenemos miedo de que, si comprendemos, podría producirse una acción revolucionaria en nuestra vida, y por eso resistimos.   Es el mecanismo defensivo lo que está en acción cuando nos valemos del tiempo o de un ideal como miedo de transformación gradual. De modo que la regeneración sólo es posible en el presente, no en el futuro, ni mañana. El hombre que confía en el tiempo como medio por el cual puede ganar la felicidad, comprender la verdad o a Dios, sólo se engaña a sí mismos; vive en la ignorancia, y, por lo tanto, en conflicto. Pero el que ve que el tiempo no es la salida de nuestra dificultad, y, por lo tanto, está libre de lo falso, un hombre así, naturalmente, tiene la intención de comprender; su mente, por consiguiente, está quieta de por sí, sin coacción, sin estratagemas. Cuando la mente está serena, tranquila, sin buscar respuesta ni solución alguna, sin resistir ni esquivar [es decir sin los procesos mentales del pensar, valorar y juzgar], sólo entonces puede haber regeneración, porque entonces la mente es capaz de percibir lo que es verdadero, y es la verdad lo que libera, no el esfuerzo por ser libres.