Autoconocimiento

AutoconocimientoPara comprendernos profundamente, necesitamos equilibro interno.  O sea, no podemos renunciar al mundo esperando, con eso, comprendernos, ni estar tan enredados en el mundo que no haya ocasión de comprendernos.  Tiene que haber equilibrio, no renunciación ni aquiescencia.  Esto exige un profundo estado de percepción alerta.  Debemos aprender a observar nuestras acciones, nuestras creencias, nuestros pensamientos e ideales, observarlos silenciosamente y sin juzgarlos, sin interpretarlos, para ser capaces de discernir su verdadero significado (14).

Hay una forma diferente de abordar la comprensión de la individualidad, la comprensión del hombre.  Ésta se encuentra en el discernimiento directo, en la prueba que ofrece la acción cuando no viola la sensatez y la inteligencia (14).

Si uno quiere conocerse a sí mismo, no puede seguir a otro; tampoco puede haber recuerdos compulsivos que impidan revelarse al proceso del ‘yo’.  Cuando la mente ha dejado de escapar del sufrimiento hacia ilusiones y valores falsos, ese sufrimiento mismo trae comprensión sin que intervengan los falsos motivos de la recompensa y el castigo (14).

Con el conocimiento de nosotros mismos se trasforma el anhelo de autorrealización.  Este anhelo genera su propia frustración y sus desilusiones, porque el deseo de autorrealización proviene de la ignorancia (15).

Para seguir el río profundo del conocimiento propio, tiene que haber clarificación de lo consciente, percepción de lo que realmente ocurre.  Al percibir las actividades conscientes, se comprenden los pensamientos ocultos, las búsquedas secretas.  Lo consciente es lo actual, el ahora, y a través del ahora se comprende lo oculto; lo oculto puede comprenderse sólo estando intensa pero pasivamente alerta al ahora; de ese modo, el pensamiento se libera de las aflicciones y los obstáculos que él mismo ha creado (15).

La comprensión del deseo es el principio del conocimiento propio (15).

El conocimiento propio es conocer el movimiento del devenir (16).

Para conocernos, debemos estar completamente alertas a cada movimiento del pensar; entonces, en ese estado de percepción alerta, descubriremos si el pensador es diferente de su pensamiento.  Si es diferente, entonces tenemos los numerosos y complejos problemas de cómo controlar el pensamiento, y así comienzan todas las estupideces de disciplinarse: la meditación, la aproximación del pensador al pensamiento.  Pero ¿hay un pensador diferente de su pensamiento?  ¿Acaso el pensador no es el pensamiento?  Son un proceso unitario, no están separados.  Por lo tanto, uno es pensamiento, no es el pensador que piensa pensamientos.  Esto tiene que ser una experiencia directa -este darnos cuenta que el pensador es el pensamiento- y, cuando hay una experiencia semejante, veremos que es posible ir más allá del pensamiento (16).

Aquél que busca el verdadero conocimiento propio, no está encerrado en una creencia; no se halla obstruido por ninguna Sociedad, ninguna organización, ninguna religión (16).

El conocimiento propio es la comprensión del condicionamiento (50).

Está en la naturaleza de la mente condenar, justificar, comparar; y cuando vemos en el espejo de la convivencia nuestras propias reacciones e idiosincrasia, nuestra respuesta instintiva es condenarlas o justificarlas.  La comprensión de este proceso de condenación y justificaciones el comienzo del conocimiento propio (63).

El conocimiento propio llega tan sólo cuando nos damos cuenta de nosotros mismos de instante en instante, de un modo natural, espontáneo y fácil, sin sentido alguno de coacción; cuando nos damos cuenta no sólo de nuestro pensamiento consciente sino también del inconsciente, con todo su contenido.  Es como mirar un mapa dejándolo desplegarse; y no bien le ponemos obstáculos mediante la disciplina o la práctica en cualquier forma, el despliegue del conocimiento propio llega a su fin (63).

No verbal ni intelectualmente, sino de hecho tiene uno que pasar por este proceso de conocimiento propio, desde ahora y eternamente, porque no hay terminación para el conocimiento propio.  Y no teniendo fin no tiene comienzo, y por lo tanto es ahora (34).

¿Qué significa ‘conocerse a sí mismo’?  ¿Me conozco?  ¿Es el yo una cosa estática, o está siempre cambiando?  ¿Puedo conocerme?  ¿Conozco a mi esposa, a mi marido, a mi hijo, o sólo conozco el cuadro creado por mi mente?  Después de todo, no puedo conocer una cosa viviente, no puedo reducir una cosa viviente a una fórmula; lo único que puedo hacer es seguirla, sea donde fuere que ello pueda conducirme; y si la sigo, nunca puedo decir que la conozco.  De modo que conocer el yo es seguirlo, seguir todos los pensamientos, los sentimientos, los motivos, y no decir ni por un momento ‘lo conozco’.  Sólo podéis conocer algo que es estático, muerto (34).

Cuando juzgamos o interpretamos lo que descubrimos en nosotros mismos, estamos sumando a lo que ya conocemos, y, por consiguiente, fortalecemos el trasfondo de la memoria (47).

Comprenderse uno a sí mismo es de mucha mayor importancia que llegar a ser alguien (45).

El conocimiento propio es esencial para cualquier clase de comprensión (66).

Al ver lo que sucede en su vida cotidiana, en sus actividades diarias, cuando toma una pluma, cuando habla, cuando sale a dar un paseo en coche o camina sólo por el bosque, ¿puede en un solo instante, con una mirada, conocerse sencillamente tal como es?  Cuando se conoce tal como es, entonces comprende la estructura del esfuerzo humano, los engaños, las hipocresías, la búsqueda que realiza el hombre (59).

Sabemos muy poco de nosotros mismos; sabemos, pero no comprendemos.  Sabemos, pero no tenemos comunión con otros.  No nos conocemos a nosotros mismos: ¿cómo podemos conocer a los demás?  Jamás podemos conocer a los otros, sólo podemos comunicarnos con otros (46).