AyudaUna crisis es una situación imprevista que exige respuestas rápidas, que puede llegar a ser crónica y que nos obliga a afrontar la clave de nuestra existencia. Hace impacto en nuestro proyecto de vida cambiando nuestra escala de valores y obligándonos a resolver dilemas éticos. Pueden ser físicas (las diferentes etapas evolutivas por las que se atraviesa en la vida), fisiológicas (disminución o pérdida de la vista, del habla, el oído) o de salud (enfermedades graves y accidentes).  Pero también hay crisis emocionales, como la provocada por la muerte de un ser querido o por la ruptura de una relación sentimental.

Todos sufrimos pérdidas en algún momento de nuestra vida, o vivimos junto a personas que están atravesando situaciones de crisis: enfermedad, muerte, soledad, abandono. Afrontar una crisis pone a prueba nuestro equilibrio psicológico y emocional, reclama todos nuestros recursos personales y sobre todo nos obliga a poner en marcha esa serie de habilidades que llamamos inteligencia afectiva.

  • Apoyo eficaz para el que pierde:
    • No es una relación de ayuda suplir la responsabilidad del otro, ser paternalistas, implicarnos emocionalmente, dirigir la vida del otro. Ayudamos de verdad cuando estimulamos la autoayuda y la autonomía, cuando hacemos a la persona reflexionar, cuando creamos un contexto adecuado para la comunicación.
    • Para poder cuidar, necesitamos recuperar una serie de valores que la prisa de nuestras vidas se ha ido llevando por delante: la atención, al escucha verdadera, el respeto por el ritmo de los demás, la autenticidad, la aceptación incondicional del otro…
    • Estar atento significa vivir el presente con intensidad, centrando nuestra capacidad intelectual y emocional en el sufrimiento del otro. La atención puede entrenarse a diario; es esencial que hagamos las cosas dedicándoles toda nuestra energía y nuestros sentidos, aunque sean las actividades más cotidianas.  Estar atento supone abrir el corazón y vivir aquí y ahora.
    • Quien está atento practica la verdadera escucha, crea un espacio para expresar sentimientos.  Pero puede verse dañado por un entorno inadecuado, por obstáculos emocionales, por nuestros propios prejuicios, por nuestra impaciencia o por nuestra inclinación a dirigir la vida de los otros o a aplicarles fórmulas.
  • El milagro de escuchar: escuchar al otro es curativo, porque nos dejamos de lado a nosotros mismos y le ayudamos a viajar a la mejor parte de sí mismo. Pero hay que respetar su ritmo, pues todos los logros requieren trabajo y paciencia. Así aprenderemos el  autocontrol emocional, porque el cuidado o la convivencia con personas en crisis puede desatar en nosotros una catarata emocional. Por eso hay que trabajar la no implicación, que no significa no interesarse, sino mantener la distancia suficiente sin sufrir un desbordamiento que nos impida ayudar al que sufre. No se trata de darle nuestras propias recetas, sino de dejar que él encuentre sus respuestas. De nada sirve tomar una decisión en su lugar, porque no habrá recorrido su propio camino. Para ayudar hay que aceptar sin juzgar. Es necesario mirar al otro positivamente: no emitir juicios morales, no pretender que haga lo que uno considera correcto, no acelerar su estilo de enfrentarse a su dolor, darle confianza, ayudarle a bajar sus barreras emocionales.
  • El equipaje del amigo: conocer, nombrar e identificar sentimientos y emociones nos da información muy valiosa sobre la vida y nos ayuda a resolver conflictos aprendiendo de nuestras reacciones en momentos difíciles.
  • Sintonizar con el otro: empatía:
    • Si queremos ayudar a otro y aprender a ayudarnos a nosotros mismos, debemos cargar nuestro equipaje con las principales herramientas de la inteligencia del corazón: el autoconocimiento, el autocontrol, la automotivación, la empatía y la capacidad de relación. Es fundamental construir a partir de lo positivo: la esperanza y el optimismo se aprenden. Hay que hacer sentir al otro, por mucho tiempo que nos lleve, que por el hecho de estar enfermo o haber sufrido una pérdida no puede renunciar a tener objetivos, sean estos muy pequeños o grandes.
    • La empatía es la capacidad de entender los sentimientos y los problemas de los demás y la habilidad para expresarles que sintonizamos emocionalmente con ellos.  Pero para entender al otro no sólo cuentan las palabras. El 60 por ciento de nuestros mensajes son no verbales. La postura, el gesto, la mirada, el movimiento de las manos dicen también muchas cosas.
    • Podemos trabajar nuestra empatía y perfeccionarla. Lo fundamental en una relación de ayuda a alguien que sufre una pérdida es encontrar la distancia afectiva justa.  La persona empática escucha con atención, es capaz de mantenerse en silencio y de decir ‘no sé cuál es la solución a tu problema, pero quiero entenderte y saber por qué sufres’.
  • Aprender a preguntar y a esperar:
    • Cuando alguien nos pide ayuda o nos expresa que está sufriendo, tendemos a buscar una fórmula mágica que resuelva, siquiera momentáneamente, su demanda.  ¿Por qué no responder con otra pregunta?  Dar una respuesta inmediata ataja una conversación e impide el trabajo de exploración que la otra persona debe hacer para encontrar su propia solución.
    • Ante un amigo, una madre o un hermano que nos dice: ‘me siento triste’, tendemos a ‘sermonear’, situándonos por encima de él, y nuestras expresiones suelen ser del tipo: ‘siempre dices lo mismo’, ‘te equivocas’, ‘lo que quieres decir es que…’, ‘es que tú eres, es que tú nunca…’.  Sin embargo, deberíamos hacer preguntas como éstas: ‘¿y por qué crees que estás triste?’, ‘¿qué puedo hacer yo para ayudarte?’, ‘¿quieres hablar de ello?’, ‘¿qué te preocupa?’, ‘¿cómo podrías empezar a solucionarlo?’.
  • Como comunicarse bien con el que sufre:
    • Facilita:
      • Saludarle y llamarle por el nombre.
      • Ayudarle a identificar lo que siente.
      • Ser honesto.
      • Ponerse en su lugar: empatía.
      • No decirle lo que no sentimos.
      • No decirle lo que debe sentir.
      • Crear un espacio para la expresión.
      • Tacto y contacto delicados.
      • Respetar la intimidad.
      • Aceptar que no lo sabemos todo.
    • Obstaculiza:
      • Tener objetivos contradictorios.
      • Acusar, amenazar, recriminar.
      • Decir: ‘deberías, tienes que…’.
      • Cortar la conversación.
      • Etiquetar.
      • Generalizar: ‘siempre, nunca…’.
      • Dar consejos si no nos los piden.
      • Ignorar los mensajes emocionales.
      • No escuchar.
      • Hacer diagnósticos de personalidad.
    • Ser simpático es:
      • Hacer preguntas abiertas.
      • Avanzar con cautela.
      • No juzgar.
      • Cuidar la expresión corporal: la mirada importa, el contacto cura.
      • Aprender del pasado.
      • Establecer límites.
    • Lo que ayuda:
      • No exijas lo que el otro no quiera o no pueda cumplir.
      • Acepta sus negativas y pide que respeten las tuyas.
      • Da, pero acepta que te den.
      • Di lo que quieres sin tergiversar, sin manipular.
    • Lo que daña:
      • Que acusemos o amenacemos.
      • Que digamos al otro lo que tiene que hacer o lo que debe sentir.
      • Que le demos consejos fáciles, tópicos o paternalistas.
      • Que no le escuchemos.
      • Que ignoremos sus mensajes.
      • Que cambiemos de tema.
      • Que respondamos con nuestros propios problemas.
    • Si cuidas a otro…:
      • Llámale por su nombre, sonríe, mírale a los ojos.
      • Ofrece sólo lo que puedas cumplir.
      • Sé delicado, pero no blando.
      • Respeta el espacio y el silencio.
      • Dale autonomía por muy incapacitado que esté.
      • Pregunta mucho siempre, no afirmes continuamente.
      • No hables de esa persona como si no estuviera.
      • Dile que estás disponible, aunque se muestre hostil, cerrado o triste.