Emoción

Una de las principales razones por las que las personas no escuchan es que se vuelven emocionalmente reactivas. Algo en el mensaje del hablante acciona el dolor, el enfado o el miedo, lo cual activa la posición defensiva y bloquea la comprensión. La reactividad emocional es como conectar tu equipo de música, pero que en vez de ésta te llegue electricidad estática. Esta última es la ansiedad.

Quizás los mensajes que nos resultan más difíciles de escuchar sin reaccionar emocionalmente son aquellos que implican crítica. A la mayoría les gusta pensar que puede aceptar la crítica constructiva, y, por otra parte, conoce a quien no puede hacerlo.

Cuando las personas reaccionan de forma exagerada y no es lo habitual en ellas, tendemos a pensar que alguna cosa las perturba. Si nuestra relación con una de ellas ha sido siempre buena, le damos a esa persona el beneficio de la duda y, a menudo, intentamos descubrir cuál es el verdadero problema.

La vergüenza y la inseguridad son las heridas que hacen que la gente reaccione con violencia ante las críticas. Algunas personas reaccionan frente a las heridas afectivas retrayéndose, otras atacando. Los individuos más sensibles a la humillación se enfurecen ante la más leve señal de crítica. Es muy difícil vivir con estas personas; pero reaccionar con dolor y enfado a las críticas es algo que hacemos todos.  Lo único que varía es el umbral de la respuesta.

La universal vulnerabilidad humana ante la crítica está relacionada con el deseo universal de amor y aprobación.

Nuestra sensibilidad a la crítica varía con la situación.  Lo que más nos duele es al crítica sobre algo que consideramos como una parte importante de nosotros mismos, como por ejemplo nuestros motivos o los productos de nuestra creatividad o, durante la adolescencia (y a veces hasta algo después de la misma), nuestra apariencia. Somos especialmente vulnerables a la crítica de alguien cuya opinión nos importa.   Cuando una persona correcta dice algo incorrecto, puede pinchar nuestro ego como una chincheta revienta un globo.

Es probable que aceptemos a los otros en el mismo grado en que nos aceptamos a nosotros mismos. Por esta razón, aquellos que han tenido la suerte de haber sido educados con respeto a sí mismos, son mejores oyentes. De todos modos, no debemos quedarnos atascados donde estamos. Si aprendemos a respetar y a apreciar los sentimientos de los demás, aprenderemos, en ese proceso, a tratar nuestros propios sentimientos con más amabilidad.

No podemos escuchar bien a otras personas mientras proyectemos la equivocada idea de que algunas partes en nosotros no son lo bastante buenas para ser amadas, respetadas y tratadas con justicia.  Un respeto más amplio hacia la dignidad humana fluye del respeto a nosotros mismos, a la vez que lo aumenta.   La apreciación y tolerancia de nuestros propios sentimientos y de los ajenos nos ayuda a oír y a comprender el dolor que inevitablemente se esconde tras el enfado y el resentimiento.  Cuando nuestros sentimientos no son oídos, nuestros espíritus resultan anulados y distorsionados

La principal razón por la que las conversaciones se transforman en discusiones es porque reaccionamos emocionalmente a lo que otra persona dice.

Si no estás seguro de lo que es la reactividad emocional, haz un inventario de tus sentimientos la próxima vez que salgas corriendo del lavabo para coger el teléfono, justo en el último timbrazo, y resulta ser alguien que quiere venderte algo. Esa agitación, esa molestia ansiosa que hace que quieras colgar bruscamente es la reactividad emocional.

La reactividad es como un niño que interrumpe la conversación de los adultos: no es malo, es inoportuno.  Nuestras intrusas emociones pueden necesitar ser acalladas, pero también pueden necesitar ser escuchadas más tarde.

Los sentimientos desgarradores son mensajes de nuestra mente sobre algo de nuestras vidas que necesitamos cambiar o que nos exige mantenernos alerta.  Nuestra reactividades nos puede conducir a aquellas partes de nosotros mismos a las que todavía no se han manifestado; partes mudas e inútiles, partes asustadas y solitarias.

Lo peor de la reactividad es que es contagiosa. Cuando la ansiedad salta, la distancia del hablante al oyente se intensifica a través de una serie de acciones y reacciones que, al final, pueden acabar en una desconexión emocional.   En la desbocada lógica de las discusiones reactivas, las dos partes se sienten obligadas a decir la última palabra.

La capacidad de escuchar se apoya en el éxito con que resistamos el impulso de reaccionar emocionalmente ante la posición del otro.  Cuantas más acciones emprendendamos para reducir o evitar nuestra ansiedad, menos flexibles somos en las relaciones.

La próxima vez que asistas a una conferencia o que observes una rueda de prensa, fíjate en las preguntas hostiles.  Verás que muchas ‘preguntas’ no son en absoluto preguntas, sino intentos retóricos de probar que el orador está equivocado y el auditor está en lo cierto.  Algunos oradores intentan mantener la calma buscando algo con lo que poder estar de acuerdo; otros se ponen a la defensiva y contraatacan,  es probable que una oradora se ponga a la defensiva si percibe que la intención del interpelante es demostrar que ella está equivocada y él no.  ‘¿Perdone, pero no ha pasado por alto (…) (¡mira que eres imbécil!)?’.  En realidad, pocos ‘auditores’ de este tipo esperan que les respondan; lo único que quieren es demostrar que son lo suficiente listos para encontrar fallos en el discurso del conferenciante. El orador que reacciona de forma defensiva e intenta combatir al auditor suele esperar ‘ganar’ el intercambio diciendo: ‘no, efectivamente (…) (Yo tengo razón; tú estás equivocado)’. Son raras las situaciones en las que un orador inteligente triunfa mediante su mejor conocimiento de la materia y consigue, de ese modo, poner en evidencia al interpelante hostil.  Lo que sucede más corrientemente es que el interpelante, que tal vez sólo quería hacer hincapié en algo, se siente desechado, pues le ha sido arrebatada la posibilidad de que tengan en cuenta su punto de vista.

Cuando en un intercambio ninguna de las dos partes está dispuesta a romper la espiral de la reactividad, es probable que ambas acaben sintiéndose enfadadas e incomprendidas y se produzcan discusiones.

Los oyentes que intentan evitar el conflicto pueden no escuchar porque están demasiado ocupados en protegerse a sí mismos para conseguir abrirse a lo que el otro está intentando decir. Los oyentes que se ponen a la defensiva, no escucharán lo que el conferenciante diga porque puede resultar amenazador.   Puede  enfadarse y contraatacar o retraerse, haciendo que escuchar pase a ocupar el último lugar en su programación emocional.  Las desavenencias se intensifican todavía más cuando cada uno cavila sobre las cosas desagradables que el otro hace y uno, o los dos, acaban por encontrar a alguien más para quejarse

Es de todos conocido que a los matrimonios les resulta difícil hablar sobre los hijos, el sexo y el dinero. Con estos temas, el problema inmediato no es la diferencia entre los puntos de vista, sino la reacción emocional que la expresión de esas diferencias produce.

Las personas a las que más nos cuesta escuchar, son aquellas que nos tratan con negligencia y que muestran una desatención hacia nuestros sentimientos. El hablante opresivo puede no saber la forma en que se expresa, pero sus modos apremiantes y su manera ansiosa de hablar, sus descoordinados movimientos de manos, o la conclusión de cada frase con un ‘¿de acuerdo?’ (pidiendo, aparentemente, conformidad) nos hace sentir al menos incómodos.

El estado emocional entre el hablante y el oyente tiene mucho que ver con la calidad de la comprensión que pueden intercambiarse entre sí. Si el ambiente es tranquilo, en especial si siempre lo ha sido, el oyente suele oír lo que el otro está intentando expresar. Pero si la ansiedad flota en el aire -o incluso sólo se trata de un sentimiento intenso-, el oyente puede estar demasiado tenso para asimilar las palabras que recibe. El oyente puede estar ansioso por no querer que lo culpen, o que lo presionen para cambiar, o que comprueben que está equivocado.  Los hablantes que provocan estos sentimientos, dando rienda suelta a su emoción de una forma que hace que el oyente se sienta acorralado, pueden no ser oídos, incluso aunque tengan algo importante que decir.  No es sólo el contenido sino que también la forma como se dicen  las cosas, condiciona la actitud de apertura o cerrazón del oyente.

El estado emocional de una relación depende no sólo de la manera en que las personas se expresan, sino también del hecho de hasta qué punto permanecen diferenciados como individuos. Un individuo diferenciado (maduro) es una persona autónoma que sabe dónde acaba su propio territorio y empieza el del otro. En las relaciones emocionalmente indiferenciadas (inmaduras) si surje la ansiedad, ésta se vuelve cada vez más contagiosa, y las personas, intensamente reactivas, en especial al abordar temas ‘incómodos’.

Una madre que está poco diferenciada (dependiente) de su hija pequeña puede sentirse tan amenazada por la común réplica infantil: ‘¡no te quiero!’ que, o bien rescinde las normas, o entra en una discusión inútil que empieza diciendo: ‘pero yo te quiero’.  Una madre mejor diferenciada (independiente) no se siente tan confinada por las protestas de su hija.  Tiene la suficiente distancia para darse cuenta de que ese ‘¡no te quiero!’ sólo significa: ‘estoy enfadada porque no me dejas salirme con la mía’.  La diferenciación se consigue aprendiendo a separar lo que piensas de lo que sientes, y aprendiendo a ser tú mismo a la vez que respetas el derecho de otras personas a ser ellas mismas.

Cuando las fronteras entre la gente son borrosas y los individuos se fusionan emocionalmente (simbiosis), casi cualquier emoción por parte del hablante hará que el oyente se muestre reactivo. A medida que la diferenciación disminuye, la individualidad está peor definida y la reactividad emocional se vuelve más intensa. Las personas escasamente diferenciadas y las sumamente reactivas pueden resultar emocionalmente exigentes o evasivas.

Un marido ‘independiente’ puede ver la reactividad emocional de su ‘dependiente’ esposa, pero estar ciego ante la propia. Ve su apego porque ella lo demuestra directamente. Pero cuando se enfurece con ella porque desaprueba que él quiera salir sólo, él le dice: ‘¡eres tan dependiente! ¿Por qué no desarrollas tus propios intereses y dejas de colgarte de mí?’. Ella llora y lo acusa de ser egoísta.  Él la considera emocionalmente inmadura. Es tan dependiente que él ni tan siquiera puede quejarse sin que ella se salga de sus casillas. Lo que él no ve es que él es tan vulnerable y dependiente de que los sentimientos de ella hacia él sean positivos, que es completamente incapaz de escuchar sus quejas como una expresión de esos sentimientos. Él oye lo que ella dice sólo como un juicio y una amenaza hacia él y una limitación de lo que quiere hacer.

A veces la emoción del hablante remueve emociones en el oyente, haciendo particularmente difícil que éste pueda ser el vehículo receptivo que el hablante requiere. Cuando te llega el turno de decir tu parte, en especial en una relación con un historial de tensiones, la mejor manera de ser escuchado es la  de moderar tu emotividad. Incluso en el caso de que no cometas el error de culpar a la otra persona, ella puede sentirse atacada si te expresas con ansiedad o de forma opresiva.

La mayoría de los temas son los suficientemente complejos para tener dos partes; cuando alguien próximo a nosotros señala hacia un lado, tenemos la tendencia natural a pensar en el otro.

Si quieres ser escuchado y oído, considera cuánta emotividad y ansiedad tienes, o cuánta se pone en marcha cuando hablas con cierta gente sobre ciertas cosas. Los oyentes reaccionan a esa emoción. Si puedes reducir su propia intensidad emocional, puede que te oigan, aunque el tema sea arduo.   Recuerda: no es tanto lo que dices sino cómo lo dices lo que determina que seas escuchado o no lo seas.  Esta es una de las razones por las que las personas están frecuentemente más abiertas a lo que leen que a lo que se les dice de viva voz.

Las personas cultivan una reticencia protectora en las relaciones porque no quieren que les hagan daño.  El introvertido avanza por la vida en una burbuja protectora de distancia psicológica no porque haya cesado su necesidad de atención, sino porque no se da permiso para sentirla.  Dentro de la prisión de sus defensas se preocupa de otras cosas.   Se mantiene ocupado, lee, piensa y mantiene largas conversaciones en su cabeza, donde nadie puede embrollarlas.  Como muchos presos, puede sentirse cómodo en su protegida y limitada rutina, pero la idea de salir en libertad provisional al amplio mundo de otras personas y emociones lo aterroriza

LOS QUE PERSIGUEN Y LOS QUE SE DISTANCIAN:

  • Una de las pautas de conversación más fáciles de observar entre una pareja que tiene una relación íntima es la dinámica del que persigue y el que se distancia.
  • Perseguir a los que se distancian sólo hace que se sientan presionados e inclinados a apartarse todavía más.  Es una danza entre un cónyuge que avanza y otro que se aleja. La dinámica entre el que persigue y el que se distancia está propulsada por la reactividad emocional de las dos partes. Las personas que se alejan de nosotros no son sólo ‘tímidas’ o ‘contenidas’; están respondiendo a la emotividad con la que nos acercamos a ellas.
  • Raramente sentimos la presión emocional que ejercemos sobre otros. Lo que sentimos es su respuesta a ella.  Algunas de las personas que nos cuesta más escuchar desempeñan un papel importante en nuestra vida: son nuestras parejas, padres, hijos, jefes o compañeros, y despiertan nuestra reactividad porque es la necesidad que tenemos la que les dota del poder de inquietarnos y de complacernos.  Cuando fracasa nuestro intento de hablar y de ser escuchado, de escuchar y de oír, nos sentimos tentados de abandonar y de encerrarnos en nosotros mismos
  • Enfrentarse a confrontaciones angustiosas (agravios) prueba tu madurez, te fortalece, si es que tienes la valentía de no ceder e intentar que el asunto se ponga en claro; o bien te debilita si caes en al reactividad y en la posición defensiva. Establecer contacto, dejar que los otros sean quienes son mientras tú continúas siento tú mismo, y aprender a resistir las reacciones automáticas, te fortalece y trasforma tus relaciones. Permanecer abierto y tranquilo, ésta es la parte más difícil.
  • Para escuchar bien, tienes que resistir el impulso de reaccionar exageradamente.
  • Cuando estás atrapado en la presión por expresarte o el agravio de escuchar a alguien que está diciendo algo provocador, la objetividad se difumina y la emotividad se apodera de ti.