Sábado, 15 de Enero de 2022

Esto, después de todo, es la verdad: ser capaces de afrontarlo todo de una manera nueva, afrontarlo de instante en instante sin la reacción condicionadora del pasado, de modo tal que no exista el efecto acumulativo que actúa como una barrera entre uno mismo y lo que es. El libro de la vida. J. Krishnamurti.

Si eliminamos estas creencias, las numerosas creencias que tenemos, ¿nos queda algo para mirar? Si no tenemos creencias con las que la mente se haya identificado, entonces la mente, sin identificación alguna, es capaz de mirarse y verse tal como es; eso constituye, por cierto, el principio de la comprensión de uno mismo. El libro de la vida. J. Krishnamurti.

 

Libertad primera y última. J. Krishnamurti.

¿QUÉ ES EL “YO”?

¿Sabemos qué entendemos por el “yo”? Por ello entiendo la idea, el recuerdo, la conclusión, la experiencia, las diversas formas de intenciones nombrables o innominables, el constante empeño por ser o por no ser, la memoria acumulada de lo inconsciente: lo racial, el grupo, lo individual, el clan y la totalidad de tales cosas, ya sean proyectadas hacia afuera en acción, o proyectada espiritualmente como virtud. El esforzarse por todo eso es el “yo”. En ello se incluye la rivalidad, el deseo de ser. El proceso íntegro de todo eso es el “yo”; y realmente sabemos, cuando nos enfrentamos con ello, que es cosa maligna. Empleo la palabra “maligna” intencionalmente, porque el “yo” es causa de división, el “yo” nos encierra en nosotros mismos; sus actividades, por nobles que sean, son separativas y aisladoras. Esto lo sabemos. También sabemos que son extraordinarios los momentos en que el “yo” no está presente, en que no hay sensación de empeño, de esfuerzo. Lo que ocurre cuando hay amor.

Conforme a mis recuerdos, reacciono ante cualquier cosa que veo, ante cualquier cosa que siento. En este proceso de reaccionar ante lo que veo, lo que siento, lo que sé, y lo que creo, la experiencia se va produciendo. La reacción ante la respuesta de algo visto, es experiencia. Cuando os veo, reacciono; el nombrar esa reacción es experiencia. Si no la nombro, esa reacción no es una experiencia. Observad vuestras propias respuestas y lo que ocurre en torno vuestro. No hay experiencia a menos que al mismo tiempo se desarrolle un proceso de nombrar. Si no os reconozco, ¿cómo puedo tener la experiencia de veros? Ello suena sencillo y correcto. ¿No es un hecho? Esto es, si no reacciono ante vosotros según mis recuerdos, según mi condicionamiento, según mis prejuicios, ¿cómo puedo saber que he tenido una experiencia?

Si no reconozco ese estado, no la llamaría “verdad. Lo reconozco y lo experimento. Esa experiencia da vigor al “sí mismo”, al “yo”, de suerte que el “yo” se atrinchera en la experiencia. Entonces decís “yo sé”, “el Maestro existe”, “hay Dios” o “no hay Dios”; decís que un determinado sistema político es justo y los otros no lo son.

La experiencia, pues, está siempre fortaleciendo el “yo”. Cuanto más atrincherados estáis en vuestra experiencia, tanto más se fortalece el “yo”.

Es porque el “yo” sigue actuando que vuestras creencias, vuestros Maestros, vuestras castas, vuestro sistema económico, son un proceso de aislamiento, y por lo tanto todo ello trae contienda.

¿Es posible que la mente, que el “yo”, no proyecte, no desee, no experimente? Vemos que todas las experiencias del “yo” son una negación, una destrucción; y, sin embargo, a las mismas les llamamos “acción positiva”. Eso es lo que llamamos “modo positivo de vida”. Deshacer todo ese proceso es lo que llamáis negación. ¿Tenéis razón en eso? ¿Podemos nosotros ‑vosotros y yo como individuos- ir a la raíz de ello y comprender el proceso del “yo”? Ahora bien, ¿qué es lo que produce la disolución del “yo”? Grupos religiosos y otros han propuesto la identificación. ¿No es cierto? “Identificaos con algo más grande, y el ‘yo’ desaparece”; eso es lo que ellos dicen. Sin duda, la identificación sigue siendo el proceso del “yo”; lo más grande es simplemente la proyección del “yo”, que yo experimento y que por tanto fortalece el “yo”.

La comprensión del “yo” requiere gran dosis de inteligencia, gran dosis de desvelo, de vigilancia, incesante observación, para que él no se escabulla. Yo, que soy muy serio, quiero disolver el “yo”. Cuando digo eso, sé que es posible disolver el “yo”. En el momento en que digo “quiero disolver esto”, en ello existe aún la experiencia del “yo”, y así el “yo” se fortalece.

La gente es inteligente de diferentes maneras; pero no lo somos integralmente. Ser integralmente inteligente significa ser sin “yo”.

¿Es posible que la mente esté del todo quieta, en un estado de no reconocimiento, es decir, de no experiencia; que se halle en un estado en el que la creación pueda ocurrir, lo que significa que el “yo” no está ahí, que el “yo” está ausente? El problema es ése. Cualquier movimiento de la mente, positivo o negativo, es una experiencia que realmente fortalece el “yo”. ¿Es posible para la mente no reconocer? Eso puede ocurrir tan sólo cuando hay completo silencio, mas no el silencio que es una experiencia del “yo” y que por lo tanto lo fortalece.

Cuando veis todo el proceso, las astutas y extraordinarias invenciones del “yo”, su inteligencia, cómo se encubre mediante la identificación, mediante la virtud, mediante la experiencia, mediante la creencia, mediante el conocimiento; cuando veis que os estáis moviendo en un círculo, en una jaula que él mismo fabrica, ¿qué sucede? Cuando os dais cuenta de ello, cuando tenéis pleno conocimiento de ello, ¿no estáis entonces extraordinariamente quietos? Y no por compulsión, ni mediante recompensa alguna, ni por ningún temor. Cuando reconocéis que todo movimiento de la mente es tan sólo una forma de fortalecimiento del “yo”, cuando observáis eso y lo veis, cuando os dais completamente cuenta de eso en la acción, cuando llegáis a ese punto ‑no de un modo ideológico, verbal; ni por experiencia proyectada, sino cuando estáis realmente en ese estado-, entonces veréis que, estando la mente del todo quieta, ella no tiene el poder de crear. Cualquier cosa creada por la mente, lo es en un círculo, dentro del ámbito del “yo”. Cuando la mente es no creadora, hay creación, lo cual no es un proceso reconocible.

Cuando la mente busca un estado atemporal y espiritual que entrará en acción para destruir el “yo”, ¿no es esa otra forma de experiencia que fortalece el “yo”? Cuando creéis, ¿no es eso lo que realmente ocurre?

La realidad, la verdad, no ha de ser reconocida. Para que la verdad advenga, la creencia, el conocimiento, la experiencia, el perseguir la virtud ‑todo eso debe desaparecer.

Un hombre virtuoso es un hombre justo, y un hombre justo jamás podrá comprender qué es la verdad; porque la virtud, para él, es el encubrimiento del “yo”, el fortalecimiento del “yo”, porque él persigue la virtud. Cuando él dice “debo ser sin codicia”, el estado de no codicia que él experimenta fortalece el “yo”.

Un hombre rico en bienes materiales, o un hombre rico en conocimientos y en creencias, jamás conocerá otra cosa que la oscuridad, y será el centro de todo daño y miseria.

Si vosotros y yo, como individuos, podemos ver todo este funcionamiento del “yo”, entonces sabremos qué es el amor. Os aseguro que esa es la única reforma que pueda posiblemente cambiar el mundo. El amor no es del “yo”. El “yo” no puede reconocer el amor. Decís “yo amo”; pero entonces, en el decirlo y en la experiencia misma de ello, no hay amor. Mas cuando conocéis el amor, no hay “yo”. Cuando hay amor, no hay “yo”.

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