Sábado, 10 de Abril de 2021

Literatura, Religión y Política en Francia en el siglo XIX: Gustave Flaubert.  Estanislao Cantero:

El contraste es la condición del arte.  Alfred Nettment.

El alma es, quizás, esa exhalación fétida que sale de un cadáver. G. Flaubert.

La gente como nosotros –le escribía a Feydeau en 1859- debe tener la religión de la Desesperación.  G. Flaubert.

La duda absoluta me parece tan netamente demostrada que querer formularla sería casi una necedad. G. Flaubert.

No hay más verdad que las ‘relaciones’, es decir, el modo en que percibimos los objetos. G. Flaubert.

No existe la verdad. Solo hay modos de ver. G. Flaubert.

¿En qué hay que creer? En nada. Es el comienzo de la sabiduría. Es hora de deshacerse de los principios y de entrar en la Ciencia, en el Examen (a George Sand). G. Flaubert.

Igual que Vigny o Michelet, rechazaba el evangelio, por estimar que su  moral significaba la exaltación de la Gracia en detrimento de la Justicia.

La hipótesis de la nada absoluta no tiene nada que me aterrorice. Estoy dispuesto a lánzame plácidamente en algún agujero negro. G. Flaubert.

Cada dogma particular me repugna, pero considero el sentimiento que los ha inventado como lo más natural y lo más poético de la humanidad. No me gustan los filósofos que no han visto ahí más que charlatanerismo y tontería. Descubro necesidad e instinto; respeto tanto al negro besando su fetiche como al católico a los pies del Sagrado Corazón. G. Flaubert.

La mejor religión, como el mejor gobierno (…) es el que agoniza, porque va a dejar sitio a otro. G. Flaubert.

La duda se transformaba en certeza negadora [en Flaubert] cuando se refería a los dogmas, al alma o a la inmortalidad.

Explicar el mal por el pecado original no es explicar nada. La búsqueda de las cuasas es antifilosófico, anticientífico y las Religiones, en tal cuestión, me desagradan aún más que las filosofías, ya que afirman conocerlas. G. Flaubert.

El dogma de la vida futura se ha inventado por miedo a la muerte. G. Flaubert.

Respecto del alma, hace mucho que Cabanis y Bichar nos demostraron que las venas van al corazón, y eso es todo y la inmortalidad una fatuidad de nuestro orgullo; una protesta de nuestra debilidad contra el orden eterno.

Si hay en la tierra entre toda la nada una creencia que se adora, si hay algo santo, puro, sublime, alguna cosa apropiada a ese deseo del infinito y de lo indefinido que llamamos el alma, es el arte. G. Flaubert.

El único modo de no ser desgraciado –decía en 1845- es encerrarse en el Arte y prescindir de todo lo demás.

A Maupassant, poco antes de morir, le escribía: lo que es Bello es moral, he ahí todo y nada más.

El Arte fue su Dios y ese fue su verdadero ideal. El arte era su religión, según apreció Lanson o, como dijo Thibaudet, hizo de la literatura su vida, considerándola como la salvación espiritual.

Se dedicó al culto de la frase perfecta y busco por las palabras, realizar la belleza en sí. Bauchar.

Llego a la teoría singular de que la palabra más armoniosa es siempre la palabra justa. Du Camp.

En Julio de 1870 les escribía a su sobrina: te convencerás que no se puede hablar más que con muy poca gente. El número de los imbéciles me parece que aumenta cada día. Casi todas las gentes que conocemos son intolerables y toscas e ignorantes.

Los Goncourt escribieron: Flaubert es un hombre que es vanidoso consigo mismo. Faguet destacó como rasgos dominantes de su personalidad la timidez y el orgullo hasta extremos ‘enfermizos’, de modo que ‘no admitía otra opinión que no fuera la suya’, hasta llegar a ‘perder la cabeza’ si se le contradecía, según el testimonio de Zola. Su ego fue tan acusado que, ese mismo crítico, conocedor de los escritores del siglo, de los que se ocupó con largueza, dijo que ‘difícilmente se encontrará un yo más exclusivo e intransigente que el de Flaubert’. Así como para Emma o Frédéric Moreau, ‘su yo es la única realidad existente’, de modo muy similar, y como ha advertido T. Poyet, en el individualismo absoluto de Flaubert estaría el origen de su nihilismo.

 

 Carrión Arias, R. (2020) “Nietzsche, la filología, y la filosofía: conjunciones en el horizonte de la crítica”, en Logos. Anales del Seminario de Metafísica 53, 159-172:

Se pone de manifiesto el rasgo más característico de este ser humano moderno: el singular contraste entre un interior [Inneres] al que no corresponde ningún exterior [Ausseres] y un exterior al que no corresponde ningún interior, contraste que los pueblos antiguos no conocieron. El saber, absorbido en demasía, sin hambre, más aún, contrariando la necesidad, ahora ya no obra como motivo transformador que tiende hacia fuera, sino que permanece oculto en cierto caótico mundo interior que el ser humano moderno señala con extraño orgullo como la «interioridad» que lo es peculiar y propia.

En las Tesis sobre Feuerbach por ejemplo, vemos a Marx decir a cuenta de la ciencia escolástica que la verdad no es una cuestión objetiva sino una cuestión de actividad, una cuestión práctica en una dinámica dialéctica de intercambios entre la teoría pura y la necesidad histórica práctica. Cfr. Marx, K.: Thesen über Feuerbach, Marx und Engels Werke (MEW), Dietz Verlag, Berlin, 1969, t. 3, tesis 1, 2 y 9, pp. 5-7.

La totalidad es creada como unidad por la interpretación, la valoración es la constitución última del ser, la ilusión es la forma suprema del conocimiento.

La palabra “filólogo” designa a quien domina tanto el arte de leer con lentitud que acaba escribiendo también con lentitud… la filología es un arte respetable, que exige a quienes la admiran que se mantengan al margen, que se tomen tiempo, que se vuelvan silenciosos y pausados; un arte de orfebrería, una pericia propia de un orfebre de la palabra, un arte que exige un trabajo sutil y delicado, en el que no se consigue nada si no se actúa con lentitud… El arte al que me estoy refiriendo enseña a leer bien, es decir, despacio, profundizando, en detalle, con cuidado, atendiendo a la doble intención [Hintergrund], con buena predisposición, con ojos y dedos delicados.

Si en sus apuntes de Octubre-Diciembre de 1876 escribía que “[l]a filología es el arte de aprender y enseñar a leer en una época en la que se lee demasiado. Solamente el filólogo lee despacio y medita acerca de seis líneas durante media hora. No su resultado, sino este hábito suyo es su mérito”; en los años 80 seguirá declarando: por filología hay que entender, en un sentido muy general, el arte de leer bien,  leer los hechos (Thatsachen) sin falsearlos con la interpretación […]: ya se trate de libros, de noticias periodísticas, de destinos, o de hechos climatológicos.

La iglesia no ha tenido nunca la buena voluntad de comprender el nuevo testamento: ha querido que le sirviera de demostración. […] Tuvo que venir primero el siglo XIX – le siècle de l’irrespect — para recuperar algunas de las condiciones preliminares para leer este libro como un libro (y no como la verdad). Para reconocer esta historia no como “Historia sagrada” sino como una sarta endiablada de fábulas, arreglos, falsificaciones, Palimpsesto [manuscrito corregido], batiburrillo, en una palabra, como realidad [Realität].

Una ciencia que, en último término, “significa para Nietzsche fundamentalmente crítica”, es decir, un “proceso de desencanto (Desillusionierung)” o “la demostración del carácter ilusorio de esas actitudes humanas que incluso para él, en su primer período, constituyeron las auténticas puertas originarias a la esencia del mundo” (Ibid. p. 45).

 

 

 

 

 

 

 

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