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Está la voluntad del deseo [el Yo confuso que desea, desea la felicidad y obtiene el desencanto], la cual es esfuerzo, y la voluntad de la comprensión, que es discernimiento. La voluntad del deseo siempre busca una recompensa, una ganancia, y así crea sus propios temores [sobre la obtención o no de la ganancia]. Sobre esto se asienta la moralidad social [controlar los deseos]; y la aspiración espiritual no es sino el intento de establecer una relación autoprotectora con lo supremo [si dirijo mi plegaria hacia Dios Él me ayudará]. El individuo es la expresión de la voluntad del deseo y, en el proceso de su actividad, el deseo crea su propio conflicto y su dolor [se desea algo y se obtiene decepción]. El individuo trata de escapar de esto hacia el idealismo, las ilusiones, las explicaciones [procesos de pensamiento], y así alimenta el proceso del ‘yo’ [el Yo no existe sin pensamiento]. La voluntad de la comprensión surge a la existencia cuando llega a su fin el deseo [cuando la mente está tranquiliza surge el discernimiento] con sus siempre reiterativas experiencias. Si se comprende correctamente el hecho de que no puede haber un verdadero discernimiento mientras continúe la voluntad del deseo, esta comprensión misma pone fin al proceso del ‘yo’ [es decir, al proceso de desear]. No hay otro ‘yo’ o un ‘yo’ superior que termine con este proceso, ni puede terminar con él ningún tipo de circunstancias externas, ninguna divinidad. Es la percepción misma del propio proceso, el discernimiento respecto de su insensatez, de su naturaleza efímera, lo que termina con él (14).
Para sentirse satisfecha, la mente desarrolla su propia técnica de resistencia y no resistencia, o sea, la voluntad [el deseo]. Y cuando descubre que en el proceso de satisfacción hay sufrimiento, comienza a desarrollar la ausencia de deseos, el desapego [se intenta no tener deseos, pero eso también es un deseo]. Así, la voluntad tanto positiva como negativa, está siempre esforzándose, buscando satisfacción (14).