El devenir

Devenir

El devenir es lucha

La vida tal como la conocemos, nuestra vida cotidiana, es un proceso de devenir, de llegar a ser. Soy pobre y actúo con un objetivo en perspectiva, el cual es llegar a ser rico. Soy feo y quiero volverme atractivo. Por lo tanto, mi vida es un proceso de llegar a ser alguna cosa. La voluntad de ser es la voluntad de devenir, en diferentes niveles de conciencia, en diferentes estados; en ello hay reto, respuesta, hay un nombrar, un registrar. Ahora bien, este devenir es lucha, es dolor, ¿verdad? Es un esfuerzo constante: soy esto, y quiero llegar a ser aquello.

Todo devenir es desintegración

La mente tiene una idea, quizás agradable, y quiere ser como esa idea, la cual es una proyección de su deseo. Usted es esto, que no le agrada, y quiere llegar a ser aquello, que le agrada. El ideal es una autoproyección; lo opuesto es una extensión de lo que es, no es en absoluto lo opuesto, sino una continuidad de lo que es, quizás algo modificada. La proyección es obstinada, y el conflicto es la lucha en pos de esa proyección […]. Usted lucha por llegar a ser algo, y ese algo es parte de usted mismo. El ideal es su propia proyección. Vea cómo la mente se ha jugado un truco a sí misma. Usted se está esforzando tras las palabras, persigue su propia proyección, su propia sombra. Es violento y lucha por llegar a ser no violento, el ideal; pero el ideal es una proyección de lo que es. Sólo que bajo un nombre diferente.

Cuando se da cuenta de este truco que se ha jugado a sí mismo, lo falso es visto como falso. La lucha en pos de una ilusión es el factor que desintegra. Todo conflicto, todo devenir es desintegración. Cuando hay una lúcida percepción de este truco que la mente se ha jugado a sí misma, entonces sólo existe lo que es. Cuando la mente se ha despojado de todo el devenir, de todos los ideales, de toda comparación y condena, cuando su propia estructura se ha derrumbado, entonces lo que es ha sufrido una completa transformación. En tanto damos un nombre a lo que es, hay una relación entre la mente y lo que es, pero cuando este proceso de nombrar ‑que es memoria, que es la estructura misma de la mente- ha dejado de ser, también ha dejado de existir lo que es. Sólo en esta transformación hay integración.

¿Puede la mente vulgar volverse sensible?

Preste atención a la pregunta, al significado que hay detrás de las palabras: ¿Puede la mente vulgar volverse sensible? Si digo que mi mente es vulgar, y trato de volverme sensible, el esfuerzo mismo de volverme sensible es vulgaridad. Por favor, vea esto. No se sienta perplejo, obsérvelo. Mientras que, si reconozco que soy vulgar, sin tratar de cambiar eso, sin procurar volverme sensible, si empiezo a comprender qué es la vulgaridad, si la observo en mi vida de día en día, si observo mi modo voraz de comer, la rudeza con que trato a la gente, el orgullo, la arrogancia, la tosquedad de mis hábitos y pensamientos, entonces esa observación misma transforma lo que es.

De igual modo, si soy necio y digo que debo volverme inteligente, el esfuerzo de volverme inteligente es tan sólo una forma ampliada de necedad, ya que lo importante es comprender la necedad [no el esfuerzo de una mente confusa para cambiar]. Por mucho que pueda tratar de volverme inteligente, mi necedad habrá de continuar. Puedo adquirir el refinamiento superficial de la erudición, puedo ser hábil para citar libros, repetir pasajes de grandes autores, pero básicamente seguiré siendo un necio. En cambio, si veo y comprendo la necedad tal como se expresa en mi vida cotidiana ‑en el comportamiento con mi sirviente, en el modo como considero a mi prójimo, al hombre pobre, al hombre rico, al empleado de la tienda-, entonces esa misma percepción alerta trae consigo la disolución de la necedad.

Oportunidades para la autoexpansión

… La estructura jerárquica ofrece una oportunidad excelente para la autoexpansión. Usted puede desear la hermandad, pero ¿cómo puede haber hermandad si está persiguiendo distinciones espirituales? Podrá sonreírse ante títulos mundanos, pero cuando en el reino del espíritu admite al Maestro, al salvador, al gurú, ¿no está transfiriendo a ese reino una actitud mundana? ¿Puede haber divisiones jerárquicas o grados en el desarrollo espiritual, en la comprensión de la verdad, en la realización de Dios? El amor no admite divisiones. O uno ama, o no ama; pero no convierta la falta de amor en un largo y dilatado proceso cuyo objetivo final es el amor. Cuando usted sabe que no ama, cuando está pasivamente alerta ante ese hecho, entonces hay una posibilidad de transformación; pero cultivar diligentemente esta distinción entre el Maestro y el discípulo, entre aquellos que han logrado llegar y los que no lo han logrado, entre el salvador y los pecadores, es negar el amor. El explotador, que a su vez es explotado, encuentra un apropiado terreno de caza en esta ceguera, en esta ilusión.

… La separación entre Dios o la realidad y uno mismo es generada por uno, por la mente que se aferra a lo conocido, a la certidumbre, a la seguridad. Es imposible tender un puente sobre esta separación; no hay ritual, ni disciplina, ni sacrificio que pueda permitirle cruzarla; no hay salvador, ni maestro, ni gurú que pueda conducirlo hacia lo real o que pueda destruir esta separación. La división no es entre lo real y usted; está en usted mismo.

… Lo esencial es comprender el creciente conflicto del deseo; esta comprensión llega tan sólo mediante el conocimiento propio y la percepción constante de los movimientos del «yo».

Más allá de toda experimentación

Comprender el «yo» requiere muchísima inteligencia, un estado intenso de vigilancia, de alerta, de agudeza mental, una observación incesante para que el «yo» no pueda escabullirse. Como soy muy serio, quiero disolver el «yo». Cuando digo eso, entiendo que es posible disolver el «yo». Por favor, sea paciente.

Tan pronto digo: «Quiero disolver este “yo”», en el proceso que sigo para disolverlo interviene la experimentación del «yo»; en consecuencia, el «yo» se fortalece. ¿Cómo es posible, entonces, que el «yo» no experimente? Uno puede ver que la creación no es en absoluto una experiencia del «yo». La creación tiene lugar cuando el «yo» está ausente, porque la creación no es un hecho intelectual, no pertenece a la mente, no es autoproyectada; es algo que está más allá de toda experimentación tal como la conocemos. ¿Puede la mente estar por completo quieta, en un estado de no reconocimiento, o sea, de no experimentación, un estado en el que la creación pueda tener lugar? Es decir, cuando el «yo» no está ahí, cuando se halla ausente. ¿Me estoy expresando con claridad o no?… El problema es éste, ¿verdad? Cualquier movimiento de la mente, positivo o negativo, es una experiencia que de hecho fortalece el «yo». ¿Puede la mente no reconocer? Eso puede ocurrir sólo cuando hay completo silencio, pero no el silencio que es una experiencia del «yo» y que, por lo tanto, lo fortalece.

¿Qué es el «yo»?

La búsqueda de poder, de posición, la autoridad, la ambición y demás, son formas del «yo» en todas sus diferentes expresiones. Pero lo que importa es comprender el «yo», y estoy seguro de que todos estamos convencidos de eso. Si me permiten agregar algo aquí, seamos serios con respecto a esta cuestión; si ustedes y quien les habla, como individuos, no como un grupo de personas que pertenecen a clases sociales, a ciertas sociedades, a determinadas divisiones climáticas, podemos comprender esto y actuar sobre ello, yo siento que habrá una verdadera revolución. Tan pronto eso se vuelve universal y se organiza mejor, el «yo» se refugia ahí; mientras que si ustedes y yo, como individuos, podemos amar, podemos llevar a cabo esto de manera efectiva en nuestra vida cotidiana, entonces surgirá a la existencia esa revolución que es tan fundamental […].

¿Saben ustedes qué entiendo por el «yo»? Entiendo por el «yo» la idea, el recuerdo, la conclusión, la experiencia, las diversas formas de las intenciones, tanto las que se pueden nombrar como las innombrables, el esfuerzo consciente de ser o de no ser esto o aquello, la memoria acumulada del inconsciente: lo racial, el grupo, el individuo, el clan, y la totalidad de ello, ya sea proyectado exteriormente en la acción o proyectado espiritualmente como virtud; el esforzarse tras todo esto es el «yo». Ello incluye la competencia, el deseo de ser. Ese proceso íntegro es el «yo»; y cuando nos enfrentamos con él, sabemos realmente que es algo maligno. Uso la palabra maligno intencionalmente, porque el «yo» es divisivo; el «yo» lo encierra a uno en sí mismo; sus actividades, por nobles que sean, separan y aíslan. Sabemos todo esto. También sabemos cuán extraordinarios son los momentos en que el «yo» se halla ausente, en que no hay sentido alguno de esfuerzo; ello ocurre cuando hay amor.