Autoridad y normas que dan sentido a nuestra vida

Autoridad1

O bien tenemos principios externos que nos han sido impuestos, o hemos desarrollado ideales internos conforme a los cuales vivimos.  Los principios externos son impuestos por la sociedad, por la tradición, por la autoridad, todo lo cual se basa en el miedo.  Estos son los principios que usamos constantemente como nuestra norma: ‘¿qué pensará mi vecino?’.  ‘¿Qué sostiene la opinión pública?’.  ‘¿Qué dicen los libros sagrados o los maestros?’.  O desarrollamos una ley interna, la cual es nada más que una reacción a lo externo; o sea, desarrollamos una creencia interna, un principio interno, basados en el recuerdo de la experiencia, en la reacción, para que nos guíen en el movimiento de la vida (12).

A causa de que no podemos comprender la belleza de la vida, de que no podemos vivirla en su plenitud, en su gloria, anhelamos un ideal, un principio, un patrón imitativo, a fin de dar significación a nuestro vivir (12).

Consciente o inconscientemente, subrepticia o abiertamente, empezamos a indagar en el propósito de la vida, y cada uno recibe una respuesta de los así llamados especialistas.  El artista, si ustedes le preguntan cuál es el propósito de la vida, les dirá que para él es la expresión propia a través de la pintura, la escultura, la música o la poesía; el economista, si le preguntan, les dirá que es el trabajo, la producción, la cooperación, vivir juntos, funcionar como un grupo, como sociedad; si se lo preguntan al devoto, les dirá que el propósito de la vida es buscar y realizar a Dios, vivir de acuerdo con las leyes establecidas por los Maestros, profetas, salvadores, y que viviendo conforme a esas leyes y mandatos, ustedes pueden realizar la verdad que es Dios.  Cada especialista les da su respuesta acerca del propósito de la vida, y ustedes, conforme a su temperamento, a sus fantasías, a su imaginación, comienzan a establecer estos propósitos, estos fines, como sus ideales (23).

El interlocutor quiere saber por mí cuál es el propósito de la vida.  Aparentemente, los diversos Maestros que ha visitado deben haberle dicho cuál es el propósito de la vida, y ahora desea coleccionar lo que yo le diga; probablemente, para escoger entre esta colección lo mejor y más satisfactorio para él.  Señores, ¡todo esto es tan infantil, tan inmaduro!  Este interlocutor anónimo explica en su carta que está casado, que es padre de varios hijos y que está muy ansioso de que se le informe acerca del propósito de la vida.  Vean la tragedia de esto y no se rían.  Todos ustedes están en la misma situación.  Engendran hijos, ocupan posiciones responsables y, no obstante, en la vida son inmaduros en su pensamiento.  No conocen el amor.  ¿Cómo averiguará usted el propósito de la vida?  ¿Es la rutina del trabajo oficinista, año tras año?  ¿Es la práctica de rituales, de esas inútiles repeticiones?  ¿Es la adquisición de virtud, el amurallarse tras una estéril probidad?  Por cierto, ninguna de estas cosas es el propósito final de la vida; entonces, ¿cuál es?  Para descubrirlo, ¿no debe usted ir más allá de todo esto?  Sólo entonces lo descubrirá (15).