S.-Patwardhan

ACERCA DE LO QUE HE COMPRENDIDO. Sunanda Patwardhan. Dentro de la mente. P. Jayakar,  D. Bohm, R. Weber y otros.

El conocimiento propio no sólo es un proceso de observar las manifestaciones externas de nuestras acciones, sino también su origen. Es comprender el lugar legítimo del pensamiento, ver que el movimiento y la matriz del pensar son el tiempo interno, observar el empuje de la actividad egocéntrica y el modo en que el tipo, la causación y la historicidad operan en nuestra mente.

  • El viaje del conocimiento propio consiste en ver, en observar; es un despertar al medio externo y a lo interno de la psique, una penetración en las capas de la conciencia, una expansión de sus límites; es ver cómo opera el ‘yo’. El yo es para nosotros el centro, el punto de continuidad y estabilidad. Para comprender lo que Krishnamurti dice acerca de las raíces del yo, uno ha de considerar y sentir en lo profundo uno de sus preceptos fundamentales: ‘el contenido de la conciencia es la conciencia’. (En tanto haya reacción de la conciencia, tiene que haber ‘yo’, ‘ego’). Después ha de dar uno con la división entre el observador y lo observado, con el movimiento del pensar y la base desde al cual surge el pensamiento; ha de dar con la terminación del pensamiento y empezar a penetrar en el campo del silencio.
  • Hoy en día, más que nunca en la historia del hombre sobre este planeta tierra… es imperativamente necesario tener una nueva visión, una calidad nueva de mente, un modo diferente de percibir los acontecimientos, las cosas, las ideas y las relaciones recíprocas entre personas.
  • Enfrentado a la muerte, al dolor, a la profunda inseguridad, a la soledad, al miedo y a la competencia, el hombre está preso en la confusión de las alternativas. Siente que tiene libertad para elegir, pero ¿cómo ha de elegir, qué ha de elegir y sobre qué base elige? Le impulsa su necesidad de placer, de seguridad, de experiencias más intensas (y más carentes de sentido), y su necesidad de escapar del dolor y de la pena, de encontrar un centro de estabilidad en medio de la corriente. Está atrapado en la corriente de la vida y en todas las consecuencias que surgen de esta confusión y este conflicto de las opciones. Es un prisionero que pregunta, cuestiona y busca respuestas.
  • Krishnamurti no empieza con teorías acerca de la cosmología. Empieza con la observación, con el escuchar. Uno observa el mundo exterior de la manifestación y después se mueve hacia lo interno, hacia el cosmos interior que es nuestra conciencia, que es el campo de todos nuestros conflictos y anhelos humanos. El modo es pragmático, práctico e investigador.
  • La puerta de entrada a la conciencia comienza en el ver qué es lo que nos ocurre, de dónde proceden nuestras respuestas, la fuente y motivación de nuestras acciones, la manera en que buscamos respuestas a nuestros problemas más urgentes, a nuestras obsesiones e interrogantes. Uno observa este sistema interno de valores, de creencias, ideas y conceptos, de anhelos, ansiedades, deseos y experiencias, a medida que se despliegan; observa la manera como el sistema psíquico absorbe los acontecimientos y responde a los retos de cada día. Estos retos son tanto personales como no personales.  No sólo experimentamos la naturaleza de la mente en un nivel personal, sino que también la vemos como una vasta estructura que abarca milenios de experiencia humana sobre la tierra y contiene elementos del arcaico panorama tribal del mundo, así como del sumamente complejo mapa mundial contemporáneo.
  • Uno también sabe, siente y se da cuenta de que nuestra perspectiva del mundo está limitada por nuestro condicionamiento familiar, educativo y por el mundo de acción recíproca de las relaciones, y que su base común es la matriz de la propia conciencia humana. Los contenidos de la conciencia pueden estar en parte ocultos, en parte expuestos, pero el conocimiento de que nuestro mundo interno es el mundo externo de los valores, de los conceptos y de las siempre cambiantes formulaciones, aporta una visión nueva a la vida. En cierto sentido, pone de manifiesto agudamente la insignificancia de lo ‘personal’, la falta de originalidad y la vanidad del pequeño ‘yo’ que uno crea, alimenta y sostiene. Por otro lado, uno también tiene un sentido de participación con otras personas, al compartir con ellas el universo semántico y emotivo de las características universales de las experiencias.
  • Para investigar la estructura de la conciencia, el modo en que funciona el pensamiento y opera el proceso del pensar, yo siento que es necesario comprender nuestra conducta cotidiana. Dentro de uno mismo y en nuestras relaciones, existen diversos movimientos que uno ha de comprender a fin de mantener el terreno preparado, por así decirlo, para dar consistencia al proceso perceptivo.
  • Una de las cosas más extraordinariamente sencillas y, sin embargo, difíciles, es ser honestos con nosotros mismos, no engañarnos. Si uno está buscando fama, poder, si es ambicioso, agresivo, si persigue la propia realización, tiene que conocer estas tendencias e impulsos y no fingir ni vivir en la ilusión de que es inmune a ellas. Krishnamurti me dio una vez un mensaje: ‘sea usted misma’. Significaba no imitar, no compararme con otro; implica terminar con el mundo del devenir, del ‘llegar a ser’. Cuando somos honestos, entonces podemos escuchar las verdades acerca de nosotros mismos, sean agradables, feas o no demasiado halagadoras. Captar la mente en el movimiento del devenir tal como se expresa en la vida diaria, constituye una percepción que es, básicamente, una cualidad religiosa. Cuando la vida se orienta a ver los actos del devenir a medida que se manifiestan, ello constituye un correcto punto de partida y un movimiento que prosigue hacia la libertad. El problema de los problemas es, después de todo, el hacedor de los problemas, el ‘yo’. La mente adquiere la capacidad de ver el mapa de sí misma, a veces en fragmentos, a veces en profundidad.
  • Es comparativamente fácil sentirse relacionado con la naturaleza, con el cosmos exterior; sentarse en un anochecer dejando abiertas las puertas de la conciencia a la infinita variedad de sonidos, al sonido de la brisa y al de la charla de los hombres, de manera que haya un sentido de inmensidad en la mente. Aquí, los instrumentos sensoriales del ver, del escuchar y del sentir están totalmente despiertos. Existe una cualidad viviente, vibrante y, sin embargo, apacible. La mente puede moverse dentro de esta cualidad, puede deslizarse, sin esfuerzo alguno, en este estado de espacio, sonido y silencio. Esta atención pasiva es, para el sadhaka (practicante), parte integral del proceso meditativo. Pero una pasividad similar, una atención sin preferencias es mucho más difícil al observar los propios deseos, apegos y necesidades, la propia codicia (…). En suma, al observar el flujo mismo del pensamiento, al intentar comprender la naturaleza y estructura de la mente.
  • Uno ha de ver la significación de los sentidos intensificados, la necesidad de que los sentidos estén sumamente despiertos. Los órganos de los sentidos normalmente participan de la conciencia como palabra, forma, como aquello con lo que establecen contacto. Ver este proceso de nombrar, ver el surgimiento del símbolo y la imagen en el movimiento mismo de los sentidos, también forma parte del despertar. Una de las cualidades de una mente despierta es observar el modo en que los instrumentos de los sentidos, las percepciones sensoriales, entran en contacto y se comunican mediante la palabra, el gesto, la imagen. Estar alerta a todo el movimiento de las percepciones sensoriales es abrir las puertas a una percepción nueva.
  • Otro factor que observamos en nosotros mismos es que queremos alterar la situación que afrontamos, especialmente si es desagradable; por lo tanto, esperamos soluciones. Uno desea soluciones satisfactorias. Somos impulsados por deseos y guiados por experiencias. El modo de abordar las cosas es juzgando, sopesando, y el intento es cambiar la situación, mientras que uno ha de ver los ‘estados’, las ‘cosas’ tal como son. Esto significa sostener nuestras circunstancias, permanecer con ellas, así como con las características, las tendencias, los movimientos que nos motiva, sin negar nada de ello; no sentirnos deprimidos con los atributos así llamados indeseables; nos irritarnos con los problemas, con el incesante parloteo de la mente o con la interminable sucesión de los pensamientos. A medida que tiene lugar la percepción y se profundiza, hay un retardo en la rapidez del pensamiento, de la emocional e intensa identificación con el surgimiento de una cualidad o un pensamiento en la conciencia.
  • La relación entre los seres humanos está muy llena de complejidades.  Se basa en la dependencia, en los agravios y las mutuas expectativas, en la seguridad, el placer, el perfume de la compañía compartida, la amistad, el aislamiento en medio de la relación, el temor y el siempre presente y profundamente arraigado sentimiento de insuficiencia. El sufrimiento humano, ya sea éste la soledad, el dolor, la muerte, la frustración o el conflicto, constituye una gran parte de nuestra vida. Lo que uno ha de comprender es que el experimentador es la imagen propia, y que esta imagen propia cambia desde la infancia, a través de la juventud hacia la vejez, acumulando y descartando experiencias. Estar relacionado por medio de la imagen propia con cualquier otro ser humano es como moverse en un desierto árido, sometido a los vientos y antojos de las circunstancias, de las necesidades y condicionamientos individuales. Lanzarse a un viaje para descubrir qué es estar relacionados uno con otro sin imágenes, es un experimento en una nueva forma de vivir. El problema mismo exige la capacidad de ver las imágenes, la fuente original desde la cual surgen, y de experimentar en la claridad de la percepción, en el instante, la extinción de la imagen.
  • Las cosas pequeñas, las llamadas pequeñas cosas de la vida, también son importantes para una percepción correcta y un equilibrio en el vivir: ser capaces de comer la comida apropiada y no guiarnos solamente por el gusto, mantener el cuerpo en buenas condiciones y no malgastarlo; y si estamos enfermos, no permitir que ello nuble nuestra sensibilidad, no permitir que el miedo, la inseguridad, arraiguen en la conciencia; observar nuestras respuestas a todos y a todo cuanto nos rodea, tener orden, buen gusto, dignidad y sencillez en el diario vivir. Todas estas acciones contribuyen a armonizar el sistema psicosomático.
  • Dar con una nueva longitud de onda en la relación con nuestros semejantes, con la naturaleza, y dar con aquello que es sagrado depende de la apertura a una percepción nueva no basada en el orden sensorio y en la formación de las imágenes que son los constituyentes de la conciencia. ¿Cómo ocurre esto? Krishnamurti dice: ‘la estructura en la que la conciencia existe y tiene su ser es su condicionamiento; estar atento sin preferencia alguna a este condicionamiento y negarlo totalmente, es estar solo. Esta soledad (aloneness) no es la soledad del aislamiento (loneliness), no implica encerrarse en la ocupación consigo mismo. Esta soledad no es retirarse de la vida; por el contrario, es la total libertad con respecto al conflicto y al dolor, al miedo y a la muerte. Esta soledad es la mutación de la conciencia, la transformación completa de lo que ha sido. Esta soledad es vacío, no es el estado positivo de ser o no ser. Es vacío; en el fuego del vacío la mente se rejuvenece, se vuelve fresca e inocente. Es sólo la inocencia la que puede recibir lo intemporal, lo nuevo que está destruyéndose siempre a sí mismo’.
  • Por lo tanto, la percepción se vuelve muy decisiva para la comprensión de la conciencia y la terminación del pensamiento y el tiempo. Es una percepción pura, una percepción sin la palabra. Para Krishnamurti, la palabra no es la cosa. Aun las escrituras, los proverbios y los principios que se consideran como los más sagrados, no son reales cuando se captan a través de la palabra. La tradición no es solamente lo que se ha hablado, oído o dicho anteriormente, sino que la palabra en sí misma es tradición, porque la palabra es pensamiento. El pensamiento es hijo de la memoria, el pensamiento es el bloque con que se construye la conciencia. Confundir la palabra con el estado del ser, abordar mediante el análisis y las analogías lo que está más allá de las palabras, es el error común en el que estamos propensos a caer. La palabra, sea antigua o nueva, que se relaciona con la dimensión espiritual, es un obstáculo para la percepción directa. La palabra torna concreto el tiempo. Siento que es en este sentido profundo que Krishnamurti considera la tradición como un impedimento completo para el nacimiento de lo intemporal, de lo inmensurable.
  • El sentimiento de soledad, de aislamiento, es algo común en nuestras vidas. Las relaciones se rompen, cambian. Un amigo de confianza nos decepciona; las personas entran en nuestra vida en medio del río y nos dejan librados a nosotros mismos al cabo de un tiempo.  No existe realmente una seguridad sostenida en las relaciones. La insuficiencia propia nos hace buscar un asidero en otros, sólo para saber que nada permanece igual. El pensamiento aísla a la gente. Representémonos una o dos escenas: unas pocas personas sentadas a la mesa comparten la cena, cada una inmersa en sus pensamientos, tan cerca y, no obstante, tan lejos. Es una mañana hermosa, no escuchamos los sonidos del amanecer sino que estamos ocupados con la carga del día anterior. Así es como una mente ocupada implica una barrera para la comunicación, para el escuchar, para un estado alerta de observación.
  • Ver es también escuchar. El sonido de las olas es simultáneo con su imagen cuando interviene el conocimiento, pero cuando no hay focalización en un punto o dos, entonces existe un escuchar extendido que también abarca el ver y el percibir los olores entorno. La percepción alerta respecto de un abatimiento o de un mal humor, cuando se condensa desde las tinieblas del inconsciente, disuelve el mal humor, el estado de ánimo. El sentimiento de soledad se disuelve cuando uno escucha extensivamente, delicadamente, sin esfuerzos ni tensiones internas. Sentado tranquilamente a la orilla del mar, uno escucha; el viento canta, los pájaros emiten tonos melodiosos, las olas retroceden y avanzan con quebrantadora, estrepitosa continuidad; los truenos y los relámpagos cruzan el cielo como olas y líneas de luz. Por lo general, todo esto es experimentado en fragmentos, pero en el campo más amplio de la percepción alerta, el movimiento como ruido llega a su fin. Todos los así llamados sonidos y ruidos se funden en las entrañas del silencio. Tales instantes de silencio son esenciales para la cordura. En ellos el tiempo se inmoviliza, la corriente se detiene. Estos bloques de silencio son purificadores.
  • Es necesario captar la fuerza del deseo que hay tras el impulso de experimentar estados trascendentales y alterados de conciencia.  No es extraño que personas sensitivas pasen por estados de conciencia alterados y diferentes de paz interior, de agudizada percepción de los colores, de la luz y de otras experiencias físicas. Sin embargo, no debemos identificarnos con tales estados ni detenernos en ellos; hemos de comprender al conocedor con su profundamente incrustada urgencia temporal de continuidad a través de mayores experiencias. Estos estados también pueden formar parte de bruscas elevaciones del nivel de la conciencia, que es el campo del conflicto, así como del eterno anhelo por liberarse del cautiverio. De algún modo, uno desea un referente para saber que va por buen camino. Cuando no lo sabe, hay mucha incertidumbre, inseguridad. Yo siento que nuestra profunda dificultad está en que no nos hemos apartado de nuestro deseo de comprensión intelectual. El acto de conocer alimenta al yo, al conocedor, y el conocer está enfocado en un objeto, el conocimiento. Atrapado en este deseo de conocer e incapaz de salirse del ‘embotellamiento’, uno espera la gracia, el despertar de la energía cósmica a través de un gurú.
  • Krishnamurti niega categóricamente al gurú cualquier papel en el acto del discernimiento, en la percepción holística. El proceso auténtico en cada individuo ha de ser el cambio alquímico que implica la observación de ‘lo que es’…  No es tan fácil liberarse de la herencia asiática, brahmánica. Puede constituir una experiencia demoledora terminar, en la textura misma de nuestro ser, con toda esperanza. Esto, el renunciar a todas las certidumbres tradicionales, puede ser una experiencia penosa de vacío, de no estar en ninguna parte, de hallarse perdido. Pero vivir con esta libertad nos libra de la dependencia.
  • La presencia de un maestro viviente que encarna la bondad y la compasión, opera misteriosamente: puede ocurrir una agitación de las percepciones, de los sentidos; así, muchos problemas, muchas paradojas se disuelven en la nada, nace una comprensión más plena, las perspectivas se vuelven totales y vislumbres de una visión nueva cruzan como relámpagos por la mente… Ese depender de otro es contraproducente para una persona que busca nada menos que lo Absoluto, no posadas de refugio en medio del camino. Al mismo tiempo, ha de ser tan vulnerable como la matriz de la tierra para la semilla fértil, de modo que una clase diferente de comunicación pueda tener lugar entre el maestro y la estudiante, ambos compartiendo algo que está más allá de las palabras.
  • Si el cosmos es un campo de tiempo, espacio y causalidad, nuestra mente también exhibe los mismos principios.  Cuando percibimos con atención alerta, vemos nuevas conexiones y la estructura de la conciencia experimentan un cambio que se relaciona con el cambio de la percepción. Digamos, por ejemplo, que he sido ofendida por un amigo. Esa ofensa es una parte de mi conciencia, es el pasado. Afecta mi relación con esa persona, una proyección del pasado dentro del futuro. De modo que la ofensa puede ser vista como formando tres pliegues del tiempo: pasado, presente y futuro. Un simple incidente de ofensa también es tiempo. Borrando una simple ofensa mediante una percepción correcta, uno borra el tiempo como pasado y futuro. Una verdadera comprensión de su origen, que tiene como fundamento la imagen propia, extirpa la condición arraigada de la ofensa. El tiempo como pasado ha experimentado un cambio y el futuro también se ha desvanecido igual que el pasado; no existe. Este es un descubrimiento significativo que uno debe hacer por sí mismo. Una clase de ofensa es básicamente como cualquier otra ofensa. La ira, la envidia o cualquier otro recuerdo registrado en la conciencia pueden morir de manera similar, cuando emergen.  Así, aunque uno no pueda decir que ha eliminado por completo el tiempo, la experiencia de aniquilación del tiempo ocurre también de esta manera. Si hay una percepción correcta, entonces ese instante de percepción está fuera del tiempo, pero el tiempo continúa porque la percepción es del instante, y la mente revive con todos sus datos de la memoria y continúa. Por lo tanto, es una especulación teórica hablar de hallarse permanentemente fuera del tiempo. Pero distintas experiencias simples de suspensión del tiempo, al aniquilar el tiempo mediante la percepción, le permiten a uno enfrentarse a la naturaleza del tiempo y sus transformaciones.
  • La conciencia es percibida como identificación. Tiene lugar no sólo con el propio cuerpo, el nombre, sino también a base de los múltiples incidentes y accidentes que nos ocurren, de las alegrías y los sufrimientos por los que pasamos. Observar la naturaleza de este proceso es captar la dualidad, la división entre el observador y lo observado. El contacto de los sentidos con los objetos perceptibles es el que da nacimiento a la conciencia, la conciencia del ‘yo’. Es la focalización en la conciencia. En la mente tiene lugar un refinamiento, que es la recordación así como la reacción de la memoria. Este mecanismo de recordación-reacción es la conciencia. La conciencia puede experimentarse como real y táctil y es vista como fragmentos, como partes. Se revela como pensamiento-sentimiento. El sentido del ‘yo’ es percibido cuando emerge una respuesta. Todo esto y más puede ser revelado por una observación atenta. La corriente de la conciencia es el propio proceso de cognición.
  • La observación está en el ‘ahora’. El ver ‘lo que es’, pertenece al instante dado. ‘Lo que es’, es lo real; es el nombrar, es el centro, es el yo; es apego, insuficiencia, identidad, tendencias, movimiento constante, cambio (…) jamás es lo mismo. Y no obstante, por debajo de todo este sentido del ser, hay una fijeza de identificación que genera la ilusión de continuidad.  Sin este punto de continuidad al que nos aferramos como el ‘yo’, sólo habría fluidez y cambio constante. Krishnamurti da la pista para detener todo este movimiento de continuidad, al pedirnos que percibamos sin optar y veamos qué ocurre en un estado de atención a ‘lo que es’.
  • Lo que él nos pide que hagamos no es fácil. Observar ‘lo que es’ implica estar con ello; puede ser un placer particular, una propulsión a buscarlo, a gustarlo. Observar este sentimiento sin tratar de actuar sobre él ni de subyugarlo ni de complacernos en él, es uno de los más elevados sadhanas[métodos] de la meditación. Igualmente arduo, si no más, es vivir con la pena, con el dolor, sin ser ahogados por la emoción, por la autocompasión, el miedo o la deprimente soledad; no nombrar ese sentimiento, no hacer movimiento alguno para alejarnos de él, es hallarse en estado de atención. ‘La verdadera atención es luz y esa luz disipa lo que está siendo observado’, dice Krishnamurti. Ésta es la única función de la atención, en la que no hay ningún esfuerzo por cambiar la mente o ponerle riendas; es una abnegación de la voluntad como instrumento de la trascendencia.
  • El propósito de la meditación es ver ‘lo que es’. Krishnamurti expone este proceso operativo, existencial, con un gran sentido de delicadeza y belleza. Dice: ‘el pensamiento y el sentimiento deben florecer para que puedan vivir y morir; todo debe florecer en uno: la ambición, la codicia, el odio, la alegría, la pasión; en el florecimiento están su muerte y su libertad. La libertad sólo puede existir en la consumación, no en la repetición, en la represión, en la obediencia a una norma, a un patrón de pensamiento. Hay consumación sólo en el florecer y el morir. No hay florecimiento si no hay terminación. Lo que tiene continuidad es el pensamiento en el tiempo. El florecer del pensamiento es la terminación del pensamiento porque sólo en la muerte existe lo nuevo’.
  • Sigue diciendo que el florecer de un sentimiento no ocurre fácilmente, porque hay un conocimiento casi instantáneo, un deseo de cambiarlo; pero con la terminación de estas cosas producidas por el pensamiento –la ansiedad, la angustia, la pena, el poder, la violencia- el pensamiento encuentra su correcto y limitado lugar. ‘Cuando los contenidos de la conciencia, que han sido reunidos por el pensamiento, no están ya activos, existe entonces un vasto espacio y, con ello, la liberación de una energía inmensa que estaba limitada por la conciencia. El amor está más allá de la conciencia’
  • Hay en todas nuestras vidas ‘transformaciones temporales’, actos simples de percepción y purificación del yo. A veces, cuando tales hechos ocurren, pasan por alto las corrientes relaciones de causa-efecto generando vislumbres de un nuevo modo de ver y sentir. Vienen y se van, y cuando volvemos a referirnos a ellos como experiencias, cada uno de esos actos ha sido, de manera extraña, una limpieza, una purificación. Estas limpiezas purificadoras afectan la mente y le dan una nueva textura.
  • Krishnamurti habla de la ‘percepción holística’, del ‘ver total’. Preguntas que formula, tales como: ‘¿puede la conciencia vaciarse totalmente a sí misma? ¿Observa uno la conciencia o, en la observación de la conciencia, ésta llega a percibirse a sí misma?’, quedan sin respuesta.  No existe referente para conocer la ‘totalidad’.  No hay respuesta, pero la pregunta permanece… Krishnamurti nos reta con paradojas similares a los koans[prueba; historia que subraya algún obstáculo espiritual]: ‘para investigar, uno tiene uno tiene que tener libertad desde el principio mismo’. ¿Cómo puede una mente condicionada empezar en libertad? ¿Dónde está el origen del condicionamiento y dónde está el origen de la libertad? Corresponde a la mente recoger el reto con toda la profundidad y seriedad de que es capaz y permitirle que penetre y la impregne por completo.
  • El despertar a una perspectiva nueva mantiene fluyendo las aguas de la vida sin dejar jamás que se estanquen. Hay charcas que se forman y se disuelven. La charca puede ser el deseo de gratificación, el aferrarse a las ilusiones de una seguridad imaginaria, el compromiso con una norma de acción (…) pero lo que mantiene las aguas fluyendo es la sensibilidad, la percepción alerta, el afecto, las múltiples pequeñas acciones del compartir. A todos nos sucede que los límites y el peso del ‘yo’ y de la memoria cesan por completo en ciertas situaciones: cuando escuchamos a otro con verdadero interés, cuando contemplamos la belleza. Vivir una vida arraigada en la percepción alerta y la atención añade una dimensión nueva a la calidad del diario vivir, a la percepción y a la comunicación.