Autoconocimiento y sentido de la vida

Autoconocimiento1

Cuando comprendamos a fondo el significado de nuestra existencia, el proceso de la ignorancia y la acción, veremos que eso que llamamos propósito nada significada.  La mera búsqueda del propósito de la vida encubre, empaña la comprensión de uno mismo (14).

Si la mente se comprende a sí misma y, de tal modo, encuentra ese estado en el que hay completa serenidad, entonces tiene lugar la creación; y esa creación es, en sí misma, la finalidad total de la existencia (16).

Supongamos que usted jamás hubiese leído un libro, religioso o psicológico, y tuviera que descubrir el sentido, el significado de la vida.  ¿Cómo procedería al respecto?  Suponga que no hubiese Maestros ni organizaciones religiosas ni Buda ni Cristo y usted tuviera que empezar desde el principio.  ¿Cómo lo haría?  En primer lugar, tendría que comprender su propio proceso del pensar y no proyectase a sí mismo con sus pensamientos hacia el futuro, creando de ese modo un Dios de su agrado, lo cual sería sumamente infantil.  Ante todo debería comprender el proceso de su pensar.  Ése es el único modo de descubrir algo nuevo (16).

El interlocutor desea saber si existe o no existe un plan divino.  Yo no sé qué entiende usted por ‘plan divino’.  Lo que sí sabemos es que estamos sufriendo, que nos debatimos en la confusión, que la confusión y el dolor se hallan en permanente aumento, social, psicológica, individual y colectivamente.  Eso es lo que hemos hecho de este mundo.  Si esto es o no es un plan divino, carece en absoluto de importancia.  Lo importante es comprender la confusión externa e interna en la que vivimos.  Y para comprenderla, es obvio que debemos empezar con nosotros mismos, porque nosotros somos la confusión; nosotros hemos producido esta confusión externa en el mundo.  Y para aclarar esa confusión, debemos empezar por nosotros mismos, porque el mundo es lo que somos nosotros (16).

Lo esencial no es tener un propósito sino entenderse uno mismo.  Es decir, hay que empezar por percibir la fuente interior profunda del conflicto, de la miseria, del dolor, de la incertidumbre; y en el proceso mismo de esa comprensión surge una acción directa que no está a la sombra de un determinado fin (63).