Amor IV

Amor IV

IDENTIDAD

P: no comprendo la frase: ‘no amen con la mente’.  ¿Querría usted explicarla?  K: la tolerancia es amar con la mente, la hermandad es amar con la mente.  Nuestras mentes se han desarrollado de manera tan aguda en la astucia, en la sutileza, en el egocentrismo, que nos obligamos a nosotros mismos a ser tolerantes el uno con el otro, a amarnos, a ayudar al otro o a servirle, todas cosas del intelecto.  Mientras que si de verdad amamos, tanto con la mente como con el corazón, con todo nuestro ser, no seremos tolerantes, no buscaremos ser serviciales.  Somos; por lo tanto, amamos y, en consecuencia, servimos, ayudamos (12).

El amor manifiesta su existencia sólo cuando el ‘yo’ está ausente; y en tanto esté usted buscando gratificación, escapes, en tanto se niegue a comprender su confusión, tan sólo estará acentuando el ‘yo’ y, por lo tanto, negando el amor (16).

Sólo la mente que es capaz de atención completa sabe amar, porque esa atención es la ausencia del ‘yo’ (19).

Si le amo y quiero algo de usted, ello no es amor -aunque lo llame así- porque hay un motivo detrás de ello.  La actividad social o religiosa basada en un motivo, aunque se le llame servicio, no tiene nada de servicio; es autorrealización del yo.  ¿Puede uno descubrir lo que es amar sin motivo?  Tiene que descubrirse, no puede practicarse.  Si decís: ‘¿cómo voy a conseguir ese amor?’, estaréis haciendo una pregunta que carece de sentido, porque al querer conseguirlo ya tenéis un motivo.  Cuando utilizáis un método para lograr ese amor, el método sólo fortalece el motivo, que es vuestro ‘yo’.  Entonces, usted es importante, no el amor (19).

El amor no es deseo, no es posesión, no es la actividad personal, egocéntrica: primero yo y después los demás.  Pero al parecer, ese amor no tiene sentido para la mayoría de las personas (56).

Podemos ver los caminos por los que discurre el intelecto, pero no así los del amor; la senda del amor no puede hallarse a través del intelecto.  El intelecto con todas sus ramificaciones, con todos sus deseos, ambiciones, empeños, debe cesar para que el amor surja.  ¿No sabéis que cuando tenéis amor, estáis cooperando y no pensáis en vosotros mismos?  Ésa es la forma más elevada de inteligencia, no el que améis como un ser superior o el que estéis en buena posición, lo cual no es sino miedo.  Cuando están ahí vuestros intereses creados, no puede haber amor; sólo existe el proceso de explotación que nace del miedo.  Así pues, el amor sólo puede surgir cuando la mente no interviene.  Por lo tanto debéis comprender todo el proceso y la función de la mente.  Sólo cuando sabemos amarnos los unos a los otros puede haber cooperación, puede funcionar la inteligencia y puede haber acuerdo sobre cualquier cuestión.  Sólo entonces resulta posible descubrir qué es Dios, qué es la verdad.  Sin embargo, procuramos hallar la verdad a través del intelecto y la imitación, lo cual es idolatría.  Sólo cuando descartáis completamente, gracias a la comprensión, toda la estructura del ‘yo’, adviene aquello que es eterno, atemporal, inconmensurable.  No podéis ir a ello; ello viene a vosotros (43).

El amor no es el ‘yo’; el ‘yo’ no puede reconocer el amor.  Uno dice ‘yo amo’, pero entonces, en el decirlo mismo, en el propio experimentarlo, está ausente el amor.  Cuando amamos, el ‘yo’ está ausente.  Donde existe el amor, no existe el ‘yo’ (42).

Cuando hay amor, no hay ningún observador, no existen ni usted ni aquél a quien ama, sólo existe esa cualidad de amor (25).

El amor no está en el tiempo ni en el análisis, ni en las lamentaciones o en las recriminaciones.  Está ahí cuando se hallan ausentes el deseo de dinero, de posición, y las astutas supercherías del yo (22).

La negación del amor es la tendencia destructiva en el hombre.  La humanidad puede florecer sólo cuando la mente se asiente en el corazón, y haya una negación completa de la actividad egocéntrica (10).

En una de las discusiones vespertinas se le preguntó a K: ‘¿cómo puede uno amar?  Estar tan embebido en ese estado, que la acción y la respuesta sean las del amor y de esa manera pueda uno liberarse del yo’.  Krishnaji dijo: ‘¿puede usted conocer el amor?  Obviamente lo que uno conoce no es amor.  Amar es ser sensible, vulnerable a todo.  Es ser virtuoso.  ¿Puede la virtud estudiarse?  Cualquier intento de volverse uno virtuoso, cualquier esfuerzo, implica negar la virtud’ (10).

IMAGEN

El amor no es una imagen, no es placer, no es deseo.  El amor no es algo que pueda ser cultivado, no depende de la memoria.  ¿Puedo vivir la vida de todos los días sin ninguna clase de preocupación egocéntrica, ya que esa preocupación con respecto a mí mismo es mi mayor imagen?  ¿Puedo vivir sin esa imagen?  Entonces la acción no engendra soledad, aislamiento ni dolor (57).

Ustedes dicen: ‘yo conozco a mi esposa’, pero ese conocimiento es la imagen que tienen de ella.  Ese conocimiento es un producto del pensar, y el pensamiento no es amor.  Habiéndose, pues, establecido todo esto, ¿tienen ustedes amor en sus corazones, o eso es algo romántico, absurdo, poco práctico y sin valor alguno, que ya no les rinde ningún dinero?  Después de escuchar todo esto, ¿han llegado a comprender la profundidad de esa palabra ‘amor’, de modo que la mente de ustedes resida ahora en el corazón?  Entonces tienen una relación verdadera.  Cuando tienen una relación verdadera -que significa amor- jamás pueden proceder mal (41).

Nunca entenderemos esto del espacio entre uno mismo y las estrellas, entre uno mismo y la esposa, el esposo o el amigo, porque jamás hemos mirado sin la imagen, y por eso no sabemos qué es la belleza, qué es el amor.  Hablamos y escribimos al respecto, pero jamás lo hemos conocido excepto, quizás, en raros instantes de total olvido de nosotros mismos.  De modo que mientras exista un centro creando espacio a su alrededor, no habrá amor.  Y cuando amamos, somos belleza (56).

Tenemos una imagen de nuestra mujer.  Esta imagen se ha ido formando durante diez años, dos años o un día, mediante nuestro placer, basándose en insultos.  A fuerza de riñas, voluntad de dominio y todo eso.  Y al contacto entre estas dos imágenes se le denomina ‘relación’.  El amor sólo existe cuando no hay imagen (5).

Comprender el amor es comprender la muerte.  Si uno no muere para el pasado, ¿cómo puede amar?  Si yo no muero para la imagen que tengo de mí mismo o de mi esposa, ¿cómo puedo amar? (37).

INTELIGENCIA

Si la mente misma se libera de la ilusión de sus propios requerimientos y anhelos autoprotectores, entonces habrá inteligencia, amor (13).

La llama de la inteligencia, del amor, puede ser despertada sólo cuando la mente percibe, de manera vital, su propio pensamiento condicionado, con sus miedos, valores y deseos (14).

No puede haber amor, inteligencia creativa, mientras haya miedo en cualquiera de sus formas.  Si usted tiene plena conciencia del miedo con sus numerosas actividades e ilusiones, esa percepción se convierte, en la llama de la inteligencia.  Si hay un constante estado de alerta de la mente, sin la dualidad del observador y lo observado, si la mente puede conocerse tal como es, sin negar, afirmar ni aceptar nada, sin resignarse, entonces, de esa realidad misma surge el amor, la inteligencia creativa (14).

La percepción pura es amor.  Y en esa percepción, el amor es inteligencia.  No son tres cosas distintas; son una sola cosa (27).

El amor es inteligencia; la inteligencia implica sensibilidad, ser sensible a la situación (58).

El amor es extraordinariamente inteligente y práctico.  Y posee la más elevada forma de sensibilidad.  Además, en él hay humildad.  Esto es lo único importante en la vida: o uno está empapado de amor o no lo está.  Si todos pudiéramos llegar a esto de modo natural, fácil, sin ningún esfuerzo o conflicto, entonces tendríamos una vida distinta, de gran inteligencia, perspicacia, claridad (54).

Por la sensibilidad e inteligencia, por el orden que adviene cuando la mente comprende cómo se produce el desorden, uno da con esa cosa llamada amor; lo que los políticos, los sacerdotes, el marido, la esposa, han arruinado (37).

El amor no es un fragmento del pensamiento, del placer.  La percepción de este hecho es inteligencia.  El amor y la inteligencia son inseparables.  Sólo la inteligencia del amor y de la compasión puede resolver todos los problemas de la vida.  Esa inteligencia es el único instrumento que jamás puede embotarse o inutilizarse (22).

MIEDO

El amor se retira cuando el objeto del amor se vuelve lo más importante; entonces comienza el conflicto de la posesión, del miedo, de los celos (15).

Cuando usted posee a alguien hay miedo y, aunque pueda llamarlo amor, eso está lejos de ser amor (16).

Sólo cuando la mente está de veras quieta, cuando ya no espera ni pregunta ni exige ni busca ni posee, cuando ya no siente celos ni miedo ni ansias, cuando está realmente en silencio, cuando ya no se proyecta a sí misma, cuando no persigue sus particulares sensaciones, requerimientos e impulsos, sus miedos ocultos, cuando no busca su propia realización y no se halla atrapada en la esclavitud de la creencia, sólo entonces, el amor es posible (16).

¿Qué es en realidad nuestro amor?  Hay en él placer, dolor, ansiedad, celos, apego, afán posesivo, dominación y el miedo de perder lo que poseemos (38).

Pertenecer a otro, estar psicológicamente nutrido por otro, dependiendo de otro, tiene que crear siempre ansiedad, temor, celos, culpa, y en tanto haya temor, no hay amor (44).

En tanto me sienta lastimado, en tanto haya temor, en tanto te ayude esperando que tú puedas ayudarme -a lo cual llaman servicio-, no hay amor.  Es la mente con sus exigencias y temores, sus apegos y rechazos, sus determinaciones e impulsos, la que destruye el amor (42).

Tal como lo conocemos, el amor es esencialmente la persecución del placer.  Y si el amor es placer, entonces también es temor (37).

Sólo cuando la mente y el corazón están aliviados de la carga del miedo, de la rutina de los hábitos sensuales, cuando hay generosidad y compasión, hay amor (42).

¿Qué ocurre cuando no hay miedo?  Que hay amor.  Tan sólo en el estado negativo puede haber amor, no en el estado positivo.  El estado positivo es la continuidad del pensamiento hacia un fin, y mientras eso exista no puede haber amor (55).

Una mente libre de temor es capaz de experimentar un amor profundo.  Y si existe amor, puede hacer lo que sea (59).

MUERTE

Si la mente pudiera ver de manera inmediata la verdad, el hecho de que no hay nada permanente, entonces creo que el tiempo, la muerte y el amor tendrán un significado del todo diferente (34).

Una mente que, partiendo de su propia claridad de auto-conocimiento, haya descubierto lo que es el amor, percibirá también la naturaleza y la estructura de la muerte.  Si no morimos para el pasado, para todo lo de ayer, entonces la mente sigue presa de sus anhelos, de las sombras de recuerdo, de su condicionamiento, por lo cual no habrá claridad.  Morir para el ayer con facilidad, de modo voluntario, sin disputa ni justificación, requiere energía.  La disputa, la justificación y la elección son desperdicio de energía, y por lo tanto uno nunca muere para los muchos ayeres, de modo que la mente pueda volverse fresca y nueva.  Una vez que hay la claridad del conocimiento propio, entonces surge el amor, con su delicadeza.  Viene una cualidad espontánea de humildad, y también esta liberación del pasado por medio de la muerte (38).

El amor carece de final.  Puedo amar a mi esposa; ella muere o yo muero, pero la cosa llamada amor continúa; no tiene final.  Pero, como me he identificado con mi esposa, digo que mi amor ha muerto o comienzo a amar a alguna otra mujer.  Y todo eso no es más que placer (24).

Sólo cuando uno muere para lo conocido, hay amor.  Una mente atemorizada no ama; tiene hábitos, simpatía, puede forzarse a ser amable y superficialmente considerada (42).

Para mí, el amor, el vivir y la muerte no están separados, son un solo movimiento (58).

El amor no es una continuidad.  Si nos observamos a nosotros mismos, si observamos nuestro propio amor, veremos que el amor es de instante en instante; no pensamos que deba continuar.  Aquello que continúa es un estorbo para el amor.  Sólo el pensamiento puede continuar, no el amor.  Podemos pensar acerca del amor, y ese pensamiento puede continuar, no el amor.  Podemos pensar acerca del amor, y ese pensamiento puede continuar; pero el pensamiento acerca del amor no es amor, y ésa es nuestra dificultad.  Pensamos acerca del amor, y deseamos que ese pensamiento continúe; por eso preguntamos: ‘¿qué le ocurre al amor cuando llega la muerte?’.  Lo que nos preocupa, sin embargo, no es el amor; es el pensamiento acerca del amor, que no es amor.  Cuando amamos, no hay continuidad.  Sólo el pensamiento desea que el amor continúe, pero el pensamiento no es amor.  Cuando amamos, cuando realmente amamos a alguien, no pensamos, no calculamos.  Todo nuestro corazón, todo el ser nuestro está abierto.  Pero cuando sólo pensamos en el amor, o en la persona a quien amamos, el corazón está seco, y por lo tanto ya estamos muertos.  Cuando hay amor, no hay temor a la muerte.  El temor a la muerte es simplemente miedo de no continuar y cuando hay amor, la continuidad no tiene sentido: es un estado del ser.  El amor no invoca derechos, y ésa es la belleza del amor.  Aquello que es el más alto estado de negación nada pretende, nada reclama: es un estado de ser.  Y cuando hay amor no hay muerte; sólo hay muerte cuando surge el proceso de pensar.  Cuando hay amor no hay muerte, porque el temor no existe, y el amor no es un estado continuo, el cual, una vez más, es el proceso de pensar.  El amor no es sino ser de instante en instante.  El amor, por lo tanto, es su propia eternidad (55).

La muerte es la vejez, la enfermedad y los problemas que ninguna computadora puede resolver.  No es la destrucción que proviene del amor.  Ésa no es la muerte que se origina en el amor.  Esa muerte son las cenizas de un fuego que ha sido cuidadosamente alimentado, es el ruido de las máquinas automáticas que continúan funcionando sin interrupción.  Amor, muerte y creación son inseparables.  No se puede tener a uno y negar a los otros.  El amor no puede comprarse en el mercado ni en iglesia alguna.  Son esos los últimos lugares donde uno podría encontrarlo.  Pero si uno no busca y uno no tiene problemas, ningún problema, entonces quizás el amor podría llegar cuando uno está mirando hacia otro lado.  El amor es lo desconocido, y todo cuanto uno conoce debe arder y consumirse sin dejar cenizas.  El pasado, rico o sórdido, debe abandonarse como casualmente, sin motivo alguno, tal como hace esa niño arrojando un palo sobre la orilla del río.  El arder de lo conocido es la acción de lo desconocido (48).