ImpacienciaLa impaciencia es una de las caras que adopta la intolerancia a la frustración, esto es, la incapacidad para soportar situaciones de incomodidad, daño o dolor. La impaciencia engendra amargura, malestar, resentimiento, estrés y desconcierto.  En la primera etapa de la vida, el niño no sabe qué es esperar. Si tiene hambre, llora, y cuando quiere atrapar un objeto alarga la mano hacia él. Los resultados son inmediatos… pero a partir de los tres años, la persona ya es capaz de asimilar y desarrollar la capacidad de paciencia, entendida como relación diferida entre la demanda y el resultado.  Aprende que no todo lo que uno ansía tiene necesariamente que cumplirse, pero también que para cuando esa expectativa alcanza a verse realizada suele mediar algún trámite. Sabe que existen contratiempos, dificultades, requisitos y tardanzas.

Quienes viven acuciados por el sentimiento de urgencia permanente no han salido aún del estado infantil que no soporta la ausencia momentánea de la madre y que reside todavía en ese pensamiento mágico conforme al cual el ‘principio del placer’ modela la realidad al gusto de las propias fantasías. La persona es básicamente un inmaduro que necesita controlar su entorno para compensar su inseguridad, su baja estima y la carencia de dominio sobre sí mismo.  Cuanto más impulsivo sea el sujeto, menos tolerará las esperas y las tardanzas.  Y hasta puede que la impaciencia derive en violencia como manifestación extrema de esa desazón.

Si lo pensamos bien, muy pocas de las situaciones que nos exasperan por su supuesta lentitud debieran transcurrir más rápidas. Porque casi siempre lo que llamamos rapidez acaba convirtiéndose en precipitación.  Impacientarse no es ganar tiempo, sino al contrario: perderlo consumido en rabia y malestar… a veces es sano permanecer quieto sin dejarse arrastrar por la vorágine, experimentando la placentera sensación de reconciliarse con uno mismo.

Por el contrario la paciencia es valor y ciencia que da sentido y coherencia a los actos humanos y hace posible  que actuemos con sentido común y reflexión. La paciencia es la virtud de los verdaderamente fuertes y creadores, hermanada con la reflexión y la calma, es la cualidad más relevante en esas personas singulares cuya sola presencia transmite oleadas de tranquilidad, fuerza, serenidad, paz y sosiego.

La paciencia nos va a ayudar para sobrellevar los momentos difíciles por los que podemos atravesar en la vida. Nos favorece para aceptar lo que esté sucediendo dándonos la oportunidad de ver otras opciones, que siempre existen aunque en ese preciso instante no seamos conscientes de ellas. Cuando no tenemos paciencia vemos todo como si fuera el fin del mundo y nos apresuramos a tomar decisiones erradas muchas veces, de las que después nos arrepentimos. Antes de precipitarte piensa que mañana podría ser distinto. Espera… Sé paciente. La tormenta pasará…. Recuerda que volverán tiempos mejores.

La calma paciente y reflexiva se traduce en amor y generosidad, pues desde su claridad y quietud, todo lo comprende y explica. La calma irradia concordia, calor humano, ternura y serenidad; es el coraje, la fuerza callada y la fortaleza de no pocas personas sencillas que, quienes todavía viven en la etapa del  descontrol y la intemperancia, tienen por débiles. La calma educa por sí misma y fortalece el carácter de la persona, más que cualquier otro ejemplo.

Paciencia: el ‘arte de esperar.  Es la virtud opuesta a la ira’.  Vauvenargues.