Problemas-de-relación

Ríen o lloran sin motivo aparente, parece que desobedecen sólo por fastidiar, y cuando les explicamos algo nos escuchan como si les habláramos desde otro planeta: son adolescentes.  ¿Qué motiva su actitud? Parece ser que no es la mala educación ni la rebeldía sin causa lo que les induce a comportarse así. Un equipo de científicos de la Universidad de San Diego ha descubierto que durante la adolescencia se produce una actividad cerebral tan fuerte que los jóvenes no pueden procesar toda la información emocional que llega a sus mentes.  Esta sería la causa de su incompetencia para relacionarse sin conflictos con su entorno.  En el estudio se comprobó que la velocidad para identificar las emociones reflejadas en varias fotografías disminuía un 20% entre los 11 y los 18 años.

El niño busca en sus padres la seguridad, porque son sus pilares, pero en la adolescencia se abre al mundo y busca en otro lugar, en particular en el grupo de amigos. Los progenitores le dicen como cuando era pequeño, lo que tiene que hacer y le critican de manera sistemática. En cambio, sus amigos no mandan nada, ni piden nada, no preguntan qué haces, con quién vas, no le juzgan, no hay clasificación ni distinción ¡y todos van vestidos igual! ¡La desgracia es que cuando uno cambia las deportivas todos quieren cambiarlas!

Los jóvenes se relacionan, compiten y algunas veces discuten. Los principales motivos de las discusiones o conflictos son la competitividad y la falta de empatía de los chavales. Les cuesta muchísimo ponerse en el lugar de la otra persona sobre todo si está de por medio alguna competición o alguna lucha.

La adolescencia es un largo periodo de transición en cuyo trascurso hay que elaborar un complicado duelo: abandonar al niño que se fue y organizar al adulto que llegará a ser. Los jóvenes se despiden de su infancia y se alejan de los padres y de las imágenes idealizadas que se han hecho de ellos.  Es lo que entre los adultos se conoce como ‘la caída del pedestal’.  Su cuerpo cambia y su forma de verse y de vernos también.  Los padres tenemos que atravesar el duelo de separarnos del niño que teníamos para vivir con el adulto que está naciendo.  Adolescencia y grupo forman una pareja inseparable en esa etapa de su vida.  El círculo de amigos de nuestro hijo llega a ser, con bastante frecuencia, más importante que la familia. Él necesita confrontar los modelos familiares con otros distintos y organizar uno propio con aportes de dentro y de fuera de la casa familiar.

Los intereses cómo actuar dentro del grupo: quieren hacerlo de forma adecuada para conseguir ser únicos y especiales entre sus iguales. Ese núcleo les permitirá ensayar nuevas conductas de forma protegida; dentro de él, el adolescente será alguien y tendrá un papel. Algo que preocupa a los padres es la compañía de ‘amigos peligrosos’, pero si su hijo tiene un sistema de valores familiares que le sostenga, sabrá poner los límites a sus relaciones.

Enseñar al hijo a ser socialmente competente, es decir a sentirse cómodo en los grupos y a hacerse un lugar sin agresividad ni fanfarronería, es sin duda una de las principales tareas educativas de cualquier padre.  Christophe André y François Lelord.