Posesión material y espiritual como garantía de felicidad

 

Posesión y felicidadEl hombre que cuenta con dinero y muchas posesiones y ha asegurado para su cuerpo comodidades y placeres, por lo general, si observan a ese hombre, verán que es muy incompleto, poco inteligente y busca a tientas la así llamada protección espiritual (13).

Deseamos cosas porque pensamos que mediante las posesiones seremos felices, que mediante la adquisición obtendremos poder.  Tras esta cuestión se encuentra el deseo de poder.  En la persecución del poder hay sufrimiento y, a través del sufrimiento, tiene lugar el despertar de la inteligencia que revela la total futilidad del poder.  Entonces existe la comprensión de las necesidades.  Puede que usted no tenga muchas necesidades físicas; tal vez vea el absurdo de las numerosas posesiones, pero puede desear el poder espiritual.  Entre este deseo y el deseo de tener muchas cosas, no hay diferencia alguna.  Ambos son iguales; a uno le llama usted materialista y al otro le da un nombre más refinado, le llama espiritual.  Pero, en esencia, sólo son dos formas de buscar su propia seguridad, y en eso jamás puede haber felicidad o inteligencia (13).

La pobreza del ser se revela cuando tratamos de superarla encubriéndola con posesiones, con la adoración del éxito e incluso con virtudes.  Las cosas, la propiedad, llegan a tener gran importancia.  Entonces la clase y la posición social, el país, el orgullo de raza, asumen muchísima importancia y tienen que ser mantenidos a toda costa; en ese caso, el nombre, la familia y su continuación se vuelven vitales (14).

Nosotros necesitamos cosas para nuestra existencia física; esta necesidad es natural y no dañina, pero cuando las cosas se vuelven necesidades psicológicas, entonces comienzan la codicia, la envidia, la imitación, de las que resultan el conflicto y otros deseos artificiales.  Si ‘necesitamos’ a la gente, dependemos de ella.  Esta dependencia se revela en el afán posesivo, el miedo, la dominación.  Cuando usamos a las personas como usamos, consciente o inconscientemente, las cosas inanimadas, con el fin de satisfacer nuestro anhelo de bienestar y seguridad, deja de existir la verdadera relación humana (14).

Buscar nuestro enriquecimiento en las cosas -hechas por la mano o por la mente- es crear pobreza interna, la cual trae consigo inenarrables desdichas (14).

 El contentamiento con poco, llega con la comprensión de nuestros problemas psicológicos, no con la legislación o el esfuerzo deliberado de poseer poco (15).

La propiedad tiene un sentido que depende exclusivamente de nuestra evaluación.  Si uno es insuficiente, vacuo en lo interno, la propiedad se vuelve enormemente importante; de ahí surge el problema que implican el apego y la renunciación (15).

Los hombres, cuando se ven privados de amor, buscan realizarse ya sea en cosas o en los hijos o en la actividad, que son todas distracciones.  Así, las cosas, la actividad y los hijos adquieren extrema importancia y conducen a más confusión, a más desdicha (15).

 Sólo cuando nos demos cuenta, todos nosotros, de que estamos usando la propiedad -las cosas que son producto de la mano o de la mente- como medios de autoexpansión, y veamos la falsedad de una acción semejante, sólo entonces podrá haber felicidad en nuestra relación humana (15).

Debemos tener seguridad externa.  Pero yo siento que nuestra seguridad es negada, destruida, cuando usamos la seguridad externa como un medio de expansión interna, de interna persecución de la codicia, porque entonces utilizamos las cosas, no como necesidades, sino que les damos un significado psicológico.  La propiedad se vuelve así, para nosotros, un medio de supervivencia psicológica, de certidumbre, de seguridad psicológica (16).

Casi todos nos damos cuenta de que estamos solos y, para escapar de esa sensación de soledad, encendemos la radio o leemos un libro o nos apegamos a una persona o nos volvemos adictos al conocimiento.  Este escaparnos de lo que es, nos brinda diversas experiencias a las que nos asimos.  Entonces la propiedad, el nombre la posición, el prestigio, se vuelven extraordinariamente importantes.  Asimismo, adquieren importancia las personas, ya se trate de una o de muchas, del individuo, del grupo o de la sociedad.  Y de igual manera, se vuelve extraordinariamente importante el conocimiento como medio para escapar de nosotros mismos (16).

La dependencia de las cosas y las formas exteriores sólo demuestra la vacuidad de nuestro propio ser, que llenamos con música, con arte, con deliberado silencio.  Porque invariablemente llenamos o encubrimos este vacío con sensaciones existe el perpetuo miedo de lo que es, de lo que somos (46).