Nombrar los sentimientos

Sentimientos. Nombrar1¿Qué le ocurre a un sentimiento, a una respuesta, si no le damos un nombre, un vocablo?  ¿No llega a su fin, no se marchita? [el pensamiento prolonga la duración del sentimiento] Por favor, experimenten con esto y descubran por sí mismos.  Cualquier respuesta a un reto llega a su fin cuando no la nombramos, cuando no la introducimos en el marco de referencia (15).

Usted tiene un sentimiento de dolor o placer.  Al calificarlo, al darle un nombre -o sea, al pensar en él- lo ha modificado y, por consiguiente, lo ha reducido.  Cuando se siente generoso y abierto, interviene su mente y empieza a racionalizar su generosidad; entonces se vuelve usted caritativo por medio de organizaciones y elude la acción directa.  Como el amor es peligroso, comienza a pensar sobre él, entonces lo minimiza y, poco a poco, lo destruye (15).

Cuando nombramos un sentimiento, lo ponemos dentro del marco de referencia; por lo tanto, la naturaleza misma de ese calificar aquello que experimentamos, es darle continuidad a la conciencia, el ‘yo’ y ‘lo mío’.  De manera instantánea e inconsciente, hacemos eso todo el tiempo.  Este registro, este disco lo tocamos en distintos niveles con temas diferentes, con palabras diferentes, tanto dormidos como despiertos.  Al no calificar un sentimiento, el sentimiento se debilita y desvanece.  Ahora, usted ha aprendido un truco.  Se dirá a sí mismo: ‘sé cómo habérmelas con los sentimientos desagradables, cómo terminar rápidamente con ellos; no los nombraré’.  Pero, ¿hará lo mismo con los sentimientos que llama agradables?  Estos sentimientos, estas emociones agradables, desea usted que continúen, porque le dan vitalidad y, por eso, quiere mantenerlos.  En consecuencia, comenzará a escoger los que son agradables y los calificará; y aquellos que llama desagradables, dejará que se marchiten no nombrándolos.  Mediante este proceso, está sosteniendo inevitablemente el conflicto de los opuestos; mientras que, si no califica una sensación, un sentimiento, ya sea agradable o desagradable, éste llega a su fin.  De este modo, el pensador, el guardador de los registros, el creador de los opuestos, se debilita y muere (15).

Cuando estéis celosos, irritados, o más especialmente cuando estéis disfrutando de algo, mirad a ver si podéis distinguir la palabra del sentimiento, si lo de mayor importancia es la palabra, o el sentimiento.  Entonces descubriréis que al mirar el hecho sin la palabra [sin el pensamiento], hay una acción que no es un proceso intelectual; el hecho mismo actúa, y, por consiguiente, no hay contradicción, no hay conflicto (34).

Cuando nombran un sentimiento de inmediato, le dan un nombre, el proceso mismo de nombrar es un estado de no observación.  Nombran el sentimiento para fijarlo como una experiencia en la memoria, y después, al día siguiente, esa memoria que se ha vuelto mecánica desea repetirse.  Cuando miran la puesta del Sol, al día siguiente, ya no es la cosa que han mirado espontáneamente el primer día.  De modo que el proceso de nombrar cualquier sentimiento, durante alguna observación, les impide mirar (21).

Sentir y nombrar son casi simultáneos.  ¿Pueden ser separados?  ¿Puede haber un intervalo entre un sentimiento y el acto de darle nombre?  Si este intervalo es realmente experimentado, se verá que el pensador cesa como entidad separada y distinta del pensamiento.  El proceso verbalizador es parte del yo, el ego, la entidad que es celosa y que trata de sobreponerse a sus celos.  Si realmente comprendéis la verdad de esto, entonces cesa el temor.  El nombrar tiene un efecto fisiológico tanto como un efecto psicológico.  Cuando no se nombra, sólo entonces es posible darse plena cuenta de aquello que se llama el vacío de la soledad.  Entonces la mente no se separa a sí misma de aquello que es (53).