Uno-mismo

Comprender en profundidad que lo que consideramos como el ‘yo’ no es una entidad permanente, sino un conjunto compuesto en continuo cambio nos hará menos egocéntricos, menos egoístas y, por consiguiente, cada vez más serenos.  Esto se consigue de manera natural y progresiva.  Tomemos, por ejemplo la ira.  La ira viene de nuestra profunda convicción de que nuestro ‘yo’ no debería ser insultado sino, por el contrario, admirado y respetado.  Cuanto mejor comprendamos este proceso, menos reaccionaremos con ira.  No obstante, no creamos que para conseguirlo podemos contentarnos con escuchar algunas enseñazas; esto no será suficiente.  En mitad de un acceso de ira, el hecho de pensar: ‘en realidad, yo no existo verdaderamente, yo no estoy aquí y el objeto de mi furia tampoco’, no tendrá ningún efecto.  Es fuera de esos arrebatos, en un estado de serenidad, cuando debemos esforzarnos por comprender y practicar este enfoque, de modo que tomemos conciencia de las situaciones con más claridad y no reaccionamos ante las provocaciones con la ira.

Sólo mediante una práctica asidua llegaremos a controlar y a eliminar progresivamente el orgullo, el egocentrismo, la agresividad y todas nuestras emociones perturbadoras, y de ese modo alcanzaremos más libertad frente a las circunstancias de la vida.  Si somos menos orgullosos, tardaremos más en sentirnos heridos y no nos enardeceremos ante la menor palabra desagradable.  Por supuesto, ello exige entrenamiento, pues es difícil cambiar nuestra manera de ver las cosas en mitad de una situación conflictiva.  Tenemos muy arraigada la costumbre de considerarnos como una entidad, bajo un nombre.  Por ejemplo: ‘Pedro’.  Pedro habla, siente, piensa.  Yo no digo que Pedro no exista en absoluto.  El objetivo no es negar su existencia, sino ver cuál es su naturaleza.  Cuando digo: ‘es Pedro’, ¿hay verdaderamente algo que pueda llamarse Pedro? O bien es una determinada voz, un determinado rostro, unos elementos que, reunidos, forman un concepto que llamamos Pedro, pero al que igualmente podríamos llamar Juan, Ringu Tulku o de otra manera.  En razón de diversos factores, Pedro se llama Pedro. Él piensa en sí mismo como ‘Pedro’ y los demás hacen lo mismo.  Todo lo que viene de él se llama ‘de Pedro’.

Si Pedro quiere conocer su verdadera naturaleza, debe preguntarse, buscar quién es verdaderamente.  Cuando conozca su verdadera naturaleza, no dejará de existir en tanto que Pedro.  Siempre será Pedro, tanto para él como para los demás, pero su manera de verse y de ver las cosas habrá cambiado.  Al dejar de estar sumido en la confusión, comprenderá que sus pensamientos son pensamientos, que sus sentimientos son sentimientos.  Lo verá todo ‘tal cual’, sin agregar nada a los conceptos, sin colocar nada en estructuras y en categorías inútiles.  Su vida dejará de ser una lucha continua.  De eso estamos hablando.  Se suele pensar en uno mismo en tanto que hijo, hija, madre, padre, abogado, enseñante, etc.  Nos identificamos generalmente con un papel social o con nuestra profesión.  Pero ¿somos sólo un padre, una madre, etc., y nada más?  Si podemos ser cosas tan diferentes al mismo tiempo, ¿existe alguna otra cosa fuera de todos esos papeles a la que podamos llamar ‘yo’? ¿Ese ‘yo’ tiene una existencia separada de sus diferentes papeles o es una única y misma cosa? También podemos explorar esas cuestiones como un ejercicio de meditación (silencio y observación de lo que hacemos pensamos y sentimos sin elección).

Según la filosofía hindú hay dos formas llegar a ser un ser humano real, auténtico:

  • Renunciamiento al placer, el ascetismo, el desapego que procura romper la fascinación de las formas particularizadas de la vida.
  • Tantra: la vía opuesta.  No se trata de una retirada de la vida sino la observación más plena posible de las propias acciones, sentimientos y pensamientos, y a través de esa observación ir evolucionando hacia la autenticidad.